A 101 AÑOS
DE LA DECENA TRÁGICA
CONSUMACIÓN DEL MAGNICIDIO
22
de Febrero de 1913
(Sexta
y Última Parte)
Después de la
usurpación de poderes perpetrada por Victoriano Huerta, el gobierno de Coahuila
expidió documentos para oponerse a los actos ilegales violatorios al
constitucionalismo nacional. Se imprimió una circular para excitar al
movimiento legitimista, que fue distribuido por los mismos legisladores coahuilenses,
el propio presidente del Congreso, Atilano Barrera, entregó copias a dos
diputados sonorenses, Roberto V. Pesqueira y Adolfo de la Huerta, el primero de
la legislatura federal y el segundo miembro del órgano legislativo local de Sonora, procedentes de la
ciudad de México. Ellos pasaron por Estación Monclova, el 21 de febrero de
1913, con intención de dirigirse a su entidad, iban temerosos de ser víctimas
de las tropelías cometidas por el usurpador, en los días del cuartelazo. En la
localidad ferrocarrilera, los diputados solicitaron una conferencia telegráfica
a Saltillo, con el gobernador Carranza, quien no contestó en forma personal;
sólo mandó decirles que, ya se había dirigido al gobernador de Sonora, José
María Maytorena, para tratarlo de animar a cumplir su deber cívico y en caso de
que no diera respuesta afirmativa, los diputados debían iniciar el movimiento
armado en su estado. Éstos contestaron en forma positiva, quedando a las
órdenes del movimiento encabezado por Carranza, del cual ya estaban enterados.
Don Venustiano agradeció la disposición patriótica de esos legisladores.
Ese viernes 21, en la
capital del país, Huerta ofreció un banquete ostentoso al cuerpo diplomático,
los asistentes lucieron uniformes de gala y el embajador de Estados Unidos,
Henry L. Wilson, pronunció un discurso para felicitar al nuevo presidente de
México y hacer votos por el restablecimiento de la paz. El anfitrión agradeció
esas palabras y garantizó el respeto de vidas e intereses de los habitantes
nacionales y extranjeros radicados en suelo nacional. Esa misma noche, la
señora Mercedes González de Madero visitó a su hijo Francisco preso en Palacio
Nacional y le comunicó la noticia funesta de la muerte de su hermano Gustavo.
Esto perturbó a don Francisco y motivó su llanto, toda la noche.
La tarde del 22 de
febrero, la Embajada de Estados Unidos festejó el aniversario del natalicio de
George Washington e invitó a esa celebración, a las autoridades mexicanas y a
los representantes extranjeros. Dentro del ambiente de bullicio, conversaciones
muy convencionales y galanterías frívolas, don Manuel Márquez Sterling,
ministro de Cuba, se atrevió a leer un mensaje recién llegado de su patria,
donde expresaban el regocijo por el respeto de las vidas de don Francisco I
Madero y sus acompañantes. Después del brindis de costumbre y del fastuoso
bufet, la concurrencia se despidió para volver a la tranquilidad. Sólo
permanecieron en la mansión, los señores Wilson y Huerta. Horas antes, el
segundo había estado en junta con los generales Félix Díaz y Aureliano
Blanquet, acompañado de los secretarios de su gabinete, para analizar la suerte
de los gobernantes derrocados. Ellos en consejo, decidieron la eliminación de
esos personajes encarcelados. Esta determinación le fue informada al embajador
estadounidense, para afinar los últimos detalles del fatídico plan.
Como a las diez de la
noche, los presos en Palacio Nacional apagaron las luces para disponerse a
dormir. Poco después, el coronel Joaquín Chicarro y el mayor de rurales
Francisco Cárdenas, éste vestido de charro con corbata roja, irrumpieron el
salón convertido en reclusorio y
despertaron a los cautivos. Madero y Pino Suárez recibieron la orden de
vestirse, para ser trasladados a la penitenciaría de Lecumberri. Muy
sorprendidos se despidieron con breves y emotivas palabras del Gral. Felipe
Ángeles, quien permaneció en el cuarto.
En la puerta de
palacio, los esperaban dos automóviles negros alquilados. A los presos se les
hizo ocupar sendos vehículos, Madero iba custodiado por el mayor Cárdenas y dos
rurales. Pino Suárez subió al otro coche con un capitán y un oficial de
rurales. Se dirigieron a la calle de
Lecumberri, donde estaba la penitenciaría.
En el plan de los
ejecutores estaba programada la simulación de un ataque de gendarmes, para
finalizar su siniestra misión. Pero los fingidos atacantes no se presentaron en
el camino; por eso, llegaron hasta la puerta frontal del penal, donde se les
informó que los gendarmes estaban en la parte posterior del edificio. Ahí,
tampoco encontraron a los supuestos agresores; entonces, a empujones, Cárdenas
hizo bajar a Madero y le disparó en la cabeza, causándole muerte instantánea.
Pino Suárez fue
obligado a bajar del otro automóvil, le dispararon y cayó herido. Se levantó,
trató de correr pidiendo auxilio, pero fue alcanzado por otra bala. Ésta le
provocó una segunda caída, pero continuaba con vida; entonces, se dio la orden
a los rurales de descargar sus armas sobre el cuerpo yacente. Luego, Cárdenas
se acercó para rematarlo con el tiro de gracia. El mismo asesino regresó a donde se encontraba el cuerpo inerte de
Madero, para darle un segundo balazo en el cráneo.
Los cadáveres fueron
llevados a la penitenciaría, donde se envolvieron con cobertores; luego, se
enterraron en uno de los patios de ese inmueble. El día siguiente se exhumaron,
se les hizo autopsia y se depositaron en féretros forrados de zinc.
El domingo 23 corrió
la versión oficial que, a medianoche los señores Madero y Pino Suárez detenidos
en Palacio, habían sido conducidos a la penitenciaría y en el último tramo,
habían sido atacados por un grupo armado. Añadieron que, la escolta había
bajado para defenderse y ese momento quiso ser aprovechado por los presos para
escapar; pero, en su intento habían caído muertos por el tiroteo. No obstante,
el pueblo indignado no se dejó engañar por el pueril reporte huertista.
Todavía, a las 2:15
pm, un periódico alarmista publicó la falsa noticia de que, la señora Sara
Pérez de Madero se había suicidado sobre el cuerpo de su difunto esposo.
Realmente, esta dama sufrió mucho para ver y conseguir el cadáver de su marido. Al fin, le fue entregado el ataúd y los
restos de Madero se trasladaron al Panteón Francés; mientras, los de Pino
Suárez se inhumaron en el Panteón Español.
Doña Sara, su suegra
y sus cuñadas no tardaron en salir a Veracruz, para abordar el crucero Cuba y
en alta mar, rumbo a La Habana, el 25 de febrero, escribió: ”Como si fuera una hoja al viento me he
dejado llevar para cumplir con los ritos de dar cristiana sepultura a mi
marido, a mi bien amado Francisco…… Miles de gentes le han acompañado a la
tumba, innumerables personas me han dado el pésame y presentado sus respetos y
condolencias. Me pregunto en donde estaban
todos cuando su presidente los necesitó, en donde estaban cuando lo
asesinaron a sangre fría, en donde estaban cuando precisaba de su apoyo para sacar
al país adelante. No sé qué pensar. No sé a quién creer. Los sollozos y el dolor punzante no dejan de
horadar mi pecho. Se nublan mis ojos y los pensamientos y las emociones surgen
sin control. No sé de mí, no me importa qué pueda suceder ni que derrotero
pueda llevar mi vida…… Lo mismo me da ya nada me interesa…… Nada tiene sentido,
nada me hace ilusión. De todas maneras es un final trágico,…… Soy una muerta en
vida.”. Ésta es la epístola final del libro Sara, obra de la escritora
monclovense María Enriqueta Beyer Obezo..
Pero, la Revolución
Mexicana no terminó con el derramamiento de sangre del Mártir de la Democracia.
Era necesario lavar la vergonzosa afrenta con honor y el Gobernador de
Coahuila, Venustiano Carranza, tomó la decisión de abanderar el movimiento para
restablecer el orden constitucional en México. Por eso, en forma inmediata, el
mandatario vistió el traje de campaña, montó un magnífico caballo azabache,
salió de Saltillo y se dirigió al norte de la entidad, para redactar el Plan de
Guadalupe y luego, tener una convención en Estación Monclova, con
representantes de Sonora y Chihuahua, quienes se comprometieron a brindarle
apoyo en la estructuración de su lucha por reivindicar la dignidad
nacional.
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