martes, 18 de febrero de 2014

A 101 AÑOS DE LA DECENA TRÁGICA

A 101 AÑOS DE LA DECENA TRÁGICA
Pacto de la Embajada y Renuncia del Presidente Madero

18 a 20 de Febrero de 1913
(Quinta Parte)

                                                                                                           
El 18 de febrero de 1913, a las nueve y media de la noche, los señores Victoriano Huerta y Félix Díaz se reunieron en la Embajada de Estados Unidos de la ciudad de México, donde acordaron los puntos siguiente: desconocer el Poder Ejecutivo de don Francisco I Madero; entregar la autoridad suprema al mismo Huerta y a los miembros de su gabinete, antes de 72 horas; el Gral. Díaz declinaba formar parte de ese gabinete, para estar en condiciones de contender en las elecciones siguientes; hacer la notificación oficial de esos cambios de mando a las delegaciones extranjeras; e invitar a los revolucionarios a cesar hostilidades. Originalmente, este convenio se dio a conocer con el nombre de Pacto de La Ciudadela, pero ahora es mejor conocido como Pacto de la Embajada, por el lugar donde se firmó, ya que el embajador estadounidense, Henry Lane Wilson, facilitó todos los medios a los complotistas. 

Esa misma noche, se giró el telegrama que decía: “Autorizado por el Senado, he asumido el Poder Ejecutivo, estando presos el Presidente y su Gabinete. V.  Huerta”, el comunicado iba dirigido a todos los gobernadores de la república. Únicamente, en Coahuila hubo oposición a esa sentencia arbitraria y se hicieron los preparativos, para contrarrestar la usurpación de poderes y las violaciones al constitucionalismo. Inmediatamente, el mandatario Venustiano Carranza, citó a los diputados locales para explicarles la gravedad del caso; pues, era urgente desafiar las acciones contrarias a la legitimidad y al decoro nacional.  Así con prontitud, el día 19, el gobernador coahuilense emitió un oficio dirigido a la XXII Legislatura del Estado de Coahuila, una circular para invitar a otros gobiernos estatales al movimiento legitimista y un decreto para desconocer al usurpador Huerta.

Mientras en la capital del país, antes del amanecer del martes 19, los felicistas continuaban su festín sanguinario, en La Ciudadela. Después del cruel martirio perpetrado en contra de don Gustavo A. Madero, fueron fusilados el capitán Adolfo Bassó y Manuel Oviedo, periodista y jefe político de Tacubaya.

Madero y Pino Suárez fueron visitados en su prisión por un general huertista, para exigirles sus renuncias respectivas; pues, si se oponían a ello sus vidas y las de sus partidarios peligrarían, en cambio, al ceder tenían la garantía de ser liberados. Ante la gravedad del asunto y con objeto de dar formalidad al acto, el presidente pidió la intervención diplomática y propuso la presencia de los ministros de Cuba y Chile. Además, Madero exigía respetar el orden constitucional de los estados, la libertad de su hermano Gustavo y del Gral. Felipe Ángeles, para ser conducidos con sus familias al puerto de Veracruz, donde se embarcarían al extranjero; entonces, ignoraba el trágico fin del primero. Huerta aceptó estas condiciones, incluyendo la referente a su hermano.

De ese modo, al saber la aceptación de requerimientos y después de distintas propuestas entre ambos personajes, ellos tomaron el acuerdo de hacer una redacción escueta con las palabras siguientes: “Ciudadanos Secretarios de la Honorable Cámara de Diputados: En vista de los acontecimientos que se han desarrollado de ayer a acá en la Nación, y para dar mayor tranquilidad de ella, hacemos formal renuncia de los cargos de Presidente y Vicepresidente para los cuales fuimos elegidos. Protestamos lo necesario. México, febrero 19 de 1913. Francisco I. Madero. José Ma. Pino Suárez”. Pedro Lascuráin, Ministro de Relaciones Exteriores, presentó la renuncia ante el Congreso de la Unión, el documento fue sometido a votación; el cual, debido al temor reinante por las ametralladoras que apuntaban al recinto, se aprobó por mayoría, sólo hubo contadas honrosas excepciones contrarias a su aprobación.

Esa mañana, el usurpador redactó un telegrama al presidente Taft, en los términos vergonzosos siguientes: “Tengo el honor de informar a usted que he derrocado este gobierno. Las fuerzas están conmigo y desde hoy reinará la paz y la prosperidad. Su obediente servidor. Victoriano Huerta”. Pero, este servil firmante nunca pensó redactar la carta de garantías solicitadas y acordadas con Madero. 

Por disposición constitucional, el ministro Lascuráin asumió en forma interina la presidencia de la República. Empero, el investido tuvo ese cargo sólo cuarenta y cinco minutos. Ese lapso fue suficiente para ejecutar las medidas maquiavélicas, ya antes premeditadas; así, con prontitud, el general Victoriano Huerta fue designado secretario de Gobernación y Pedro Lascuráin renunció a su investidura. De ese modo, oficialmente, Huerta tuvo a su disposición la banda presidencial para protestar frente a una Cámara amedrentada y retirarse con su codiciado botín de mando.  

El mismo día 19, el gobernador Carranza por medio de un decreto, dio a conocer la resolución tomada por la XXII Legislatura del Estado, para desconocer a Huerta como presidente de México y para conceder facultades extraordinarias al ejecutivo coahuilense, en todos los ramos de la administración pública, así como para que procediera a armar fuerzas con objeto de coadyuvar al sostenimiento del orden constitucional en el país. También, en ese documento, se incitaba a los gobernadores de las demás entidades y a jefes de tropas federales para secundar las medidas tomadas en Coahuila. Los gobiernos de Sonora, San Luis Potosí y Aguascalientes, simpatizaban con la idea de Carranza, pero no respondieron de inmediato.

El jueves 20, don Venustiano telegrafió al Senado de la República, para informar su desconocimiento de Huerta, de acuerdo a la autorización otorgada por el Congreso de Coahuila. Mientras, en la capital del país esa mañana, las personas señaladas en el Pacto de la Embajada rindieron su protesta de ley, para asumir sus cargos respectivos en los distintos ministerios e integrar el gabinete del gobierno espurio.

Esa tarde, Félix Díaz salió de su reducto de batalla, La Ciudadela, escoltado por sus cómplices militares, para dirigirse a Palacio Nacional, en su camino sus partidarios lo aplaudieron. El nuevo presidente lo recibió con un caluroso abrazo, suponiendo que, con la ejecución del  cuartelazo tramado por ambos, iba a empezar una era de paz. Sin embargo, aparte de la bandera de protesta levantada con dignidad en Coahuila, se fueron notando más focos de inconformidad en otros estados, como en Sonora, donde Álvaro Obregón y Benjamín Hill comprometieron sus armas para oponerse a la felonía huertista, aunque no recibieron el apoyo del gobernador en turno, José María Maytorena; en Zacatecas, don Eulalio Gutiérrez, Presidente Municipal de Concepción del Oro y el cabildo local se expusieron a sostener el gobierno legítimo de Madero; y los zapatistas reanudaron sus ataques, ahora contra los huertistas en puntos cercanos a la villa de Tlalpan.  

Días antes, el ministro cubano Manuel Márquez Sterling había brindado los servicios del crucero Cuba, anclado en Veracruz, para dar asilo a los infortunados mandatarios y sus familias en su país. Con la confianza de la aceptación de ese ofrecimiento, parientes y amigos de Madero aguardaron su llegada en la estación de ferrocarril, para despedirlo. Empero, al enterarse de la situación, ellos trataron de ser recibidos por Huerta; sin embargo, éste se negó a escucharlos. Por otra vía, doña Sara Pérez de Madero, su suegra, doña Mercedes González de Madero y doña María Cámara de Pino Suárez fueron a suplicar la intercesión del ministro Wilson ante Huerta, para salvar la vida de los recluidos. Con sumo enfado, el diplomático estadounidense se vio presionado a recibirlas, aunque de mal modo, como está descrito en una epístola del libro Sara, de la autoría de María Enriqueta Beyer, fechada ese día 20; en unos renglones se lee: “…… Fuimos esta tarde a la embajada de los Estados Unidos a solicitar una entrevista con el embajador Wilson, y después de hacernos esperar un buen rato nos recibió, un tanto forzado por las circunstancias y por su esposa. Pedí su influencia para que respetaran la vida de Pancho y que no le hicieran daño; y que también respetaran la vida de los hombres que han permanecido fieles a su gobierno. Nada más logré que me indignara su pedantería, ese hombre está endiosado con su persona. Tuvo el descaro de decirme que Pancho se buscó esto por no haberle consultado como debía gobernar. Me ha enfermado el verlo y comprobar que tan soberbio y fatuo es. Está embriagado de poder y se cree omnipotente….. “.

En forma astuta y artera, ese grupo pérfido siguió tejiendo la red de intrigas, para tender la trampa destinada a eliminar al prócer Madero y a su colaborador Pino Suárez.


                                                                                                                                                                            R. W. B.


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