domingo, 9 de febrero de 2014

A 101 AÑOS DE LA DECENA TRÁGICA

A 101 AÑOS DE LA DECENA TRÁGICA
9 de Febrero de 1913
Marcha de la Lealtad
(Segunda Parte)


La madrugada del domingo 9 de febrero de 1913, se oyó el clarín dando el toque de diana en la Escuela Militar de Aspirantes de Tlalpan. Esa institución había sido fundada por el Gral. Bernardo Reyes, durante su desempeño como Ministro de Guerra, en el gabinete de don Porfirio Díaz; ahí, los estudiantes aspiraban a ser oficiales del ejército y eran instruidos por generales del antiguo régimen. Pasadas las cuatro de la mañana, se indicó a los estudiantes armarse y abastecerse de municiones. Un destacamento de caballería montó, para dirigirse a la ciudad de México y ponerse a las órdenes del Gral. Manuel Mondragón. Otros de infantería, al mando del Gral. Manuel Velázquez,  cargaron una ametralladora y asaltaron un tren que salía de Xochimilco a la capital, a donde llegaron antes del amanecer. Unos se apoderaron de Palacio Nacional y otros pocos ocuparon las torres de Catedral Metropolitana.   

Cerca de la seis de la mañana, el Ministro de Guerra, Gral. Ángel García Peña y don Gustavo A. Madero, hermano del presidente, ignorantes de la situación, se acercaron a Palacio, en su camino fueron atacados con disparos. El ministro resultó con heridas leves, en un hombro y en un pómulo, ésta última causada por un trozo de cristal de una ventana, quebrado por impactado de bala. Ambos fueron arrestados, en forma sorpresiva.  

La noticia llegó a oídos del Gral. Lauro Villar, comandante de la plaza e inmediatamente, se dirigió a un cuartel cercano, donde alistó los soldados disponibles de un batallón, sólo eran sesenta; luego, el coronel Juan G. Morelos se sumó con más hombres  y se dirigieron al lugar ocupado por los rebeldes. Arribaron a la parte lateral sur de Palacio, donde estaba el Cuartel de Zapadores; ahí entraron y con trozos metálicos de riel destrozaron la puerta comunicante con el recinto sede del Ejecutivo. Con gran destreza de carácter, el Gral. Villar supo imponerse a los jóvenes sublevados que hacían guardia en la puerta de honor, les ordenó entregar sus armas y dejó un relevo de fuerzas leales; así continuó sometiendo a los discípulos aspirantes, hasta que desarmó y arrestó a todos. Palacio  Nacional fue recuperado, gracias al arrojo del Gral. Villar. En cuanto la situación fue dominada, el Ministro de Guerra y Gustavo A. Madero fueron liberados. Los defensores del gobierno organizaron dos líneas de tiradores, para cubrir el frente de Palacio y colocaron dos ametralladoras en la parte central.
  
La noche anterior en Tacubaya, los generales Manuel Mondragón y Gregorio Ruiz fueron al cuartel y pusieron presos a los policías enviados por el cuerpo de Inspección, para vigilar movimientos de alteración de orden. Los presos fueron obligados a dar reportes de que por esa zona todo estaba tranquilo. Sin embargo, los cuerpos de Artillería y Caballería de Tacubaya fueron vistos salir de sus campamentos hacia rumbo desconocido.  El Vicepresidente, José María Pino Suárez, estaba en un convivio y recibió un comunicado para informarle que algo extraño sucedía en Tacubaya, lo cual comunicó al inspector de policía, quien cenaba en el mismo lugar, pero éste no dio importancia al aviso  y lo calificó de alarmante, como tantos rumores que corrían entre la gente, sólo se conformó en considerar el reporte telefónico de sus subalternos aprehendidos.   

Manuel Mondragón comandaba un regimiento de caballería, dos de artillería y varias compañías de ametralladora del cuartel de Tacubaya; más tarde, se le incorporó el destacamento de caballería de los aspirantes de Tlalpan. Esas fuerzas se dirigieron a la prisión militar de Santiago de Tlatelolco, para liberar al Gral. Bernardo Reyes. Una vez logrado su cometido, siguieron a la Penitenciaría de la ciudad de México, para exigir la libertad del Gral. Félix Díaz; sin embargo, el director del penal negó su petición. Ante esa respuesta, el Gral. Gregorio Ruiz amenazó abrir fuego con cuatro cañones apuntando a los cuatro ángulos de la prisión. Ya amanecía, cuando el apodado “sobrino de su tío” salió del reclusorio vestido de civil.

Ese domingo temprano, el Gral. Reyes recibió la jefatura de cerca de tres mil hombres, seis cañones y catorce ametralladoras, para enfrentarse a 550 soldados y dos ametralladoras disponibles del Gral. Villar, en Palacio Nacional. Entonces, la Plaza Mayor lucía frondosas arboledas, fuente y quioscos; además, tenía parada de tranvías que salían a Xochimilco, Tacubaya, Azcapotzalco, la Villa de Guadalupe y casi todos los poblados circundantes de la capital. Mucha gente acostumbraba acudir a las misas dominicales de Catedral. En ese marco, el centro de la capital del país despertó con la algarabía del ejército rebelde, presto a amenazar a los leales al presidente Madero.

El Gral. Gregorio Ruiz se acercó a la puerta principal de Palacio,  con objeto de proponerle al Gral. Villar unirse a los revoltosos. Por ese intento de motivar la insubordinación, Ruiz fue apresado.

Reyes, sin saber lo acontecido e impaciente de esperar respuesta, dio la orden de avanzada, con gesto altivo, cabalgó al frente y desafió a Villar. Entonces, un oficial dio la orden de fuego contra los insubordinados. Don Bernardo recibió un balazo en el rostro y cayó muerto. La respuesta insurrecta fue inmediata y el intercambio de disparos alcanzó a la población civil. El combate de veinte minutos arrojó un saldo de doscientos soldados caídos, de ambos bandos y una cifra superior al millar de víctimas inocentes.

Ante la problemática de lograr su proyecto inicial, Mondragón propuso a Díaz tomar La Ciudadela, donde estaba el armamento del ejército y hacia allá se dirigieron. El Gral. Villar herido en el cuello cerró las puertas de Palacio.

Horas antes, en el Castillo de Chapultepec, don Francisco I Madero terminaba de desayunar, cuando llegó el Ministro de Guerra, para reportarle los sucesos iniciados en el Zócalo. En forma precipitada, el presidente se preparó para trasladarse a Palacio. Montó su caballo, comunicó los hechos recientes al dirigente del Colegio Militar y arengó a los cadetes, para que lo escoltaran a la sede del Poder Ejecutivo. En forma unánime, los alumnos dieron un paso al frente para demostrar su firme disposición de acompañar al Presidente, en esos momentos adversos. También, la comitiva fue integrada por el vicepresidente, José María Pino Suárez, miembros de su gabinete, el inspector de policía, el gobernador del Distrito Federal y ayudantes. En el trayecto rumbo a Palacio, se fueron uniendo simpatizantes de Madero y en Paseo de la Reforma, frente al Café Colón, se sumó el Gral. Victoriano Huerta.

La marcha se detuvo a la altura del Teatro Nacional en construcción, hoy Palacio de Bellas Artes, cuando escucharon las descargas nutridas de metralla provenientes del Zócalo, eran los  momentos de la caída de Bernardo Reyes, frente a su codiciado objetivo. Al llegar a la avenida Juárez, numerosos ciudadanos salidos de cafés y bocacalles aclamaron a Madero, solicitando armas para empuñarlas y darle apoyo bélico en ese trance difícil. Una bala mató al gendarme al lado del presidente y creció la confusión. Miembros de la comitiva se resguardaron en la Fotografía Daguerre; ahí, llegaron noticias del deceso de Reyes y la herida grave de Villar. Al enterarse de esto, Huerta ofreció sus servicios militares para controlar la situación, en sustitución del defensor fiel de Palacio. Ante el desconcierto de Madero, el Secretario de Guerra intervino para dar el nombramiento solicitado a Huerta.

Mientras los rebelados se encaminaban a La Ciudadela, el presidente y sus acompañantes siguieron a la sede del Ejecutivo; empero, antes de llegar a su destino, tuvieron que recorrer un penoso camino plagado de cadáveres. Villar fue encontrado malherido y recibió la orden de entregar el mando de tropas a Victoriano Huerta, el acto siguiente fue el fusilamiento de Gregorio Ruiz, a quien habían encontrado preso y había sido representante de Huerta en juntas secretas con los complotistas.

Félix Díaz, Manuel Mondragón y sus partidarios iban decididos a obtener el rendimiento de La Ciudadela, mediante cañonazos. No lo lograron de inmediato, pues se desató un tiroteo; poco después, en el interior de ese reducto, uno de los oficiales intrigantes dio un balazo al Mayor responsable de la fortaleza.  Pasado este suceso, la plaza con todo su parque fue entregada a los conjurados. Inmediatamente, esta novedad le fue comunicada al presidente, quien salió para Cuernavaca en automóvil, la tarde de ese domingo, con objeto de traer al Gral. Felipe Ángeles, entonces al frente de tropas en defensa de ataques zapatistas y persona más confiable que Huerta. En forma presta, Ángeles respondió al llamado superior al movilizarse con cuatrocientos soldados y una ametralladora a la ciudad de México.

Todo esto acontecía en el exterior, mientras que en el interior del hogar de la pareja presidencial, la Sra. Sara Pérez de Madero redactaba una carta de amor solidario a su esposo, cuyo texto lo plasmó una escritora monclovense, María Enriqueta Beyer Obezo, en su libro titulado “Sara”. Entre otros renglones, transcribió lo siguiente: “Chapultepec, 9 de febrero de 1913. Amadísimo Pancho: Me enteré y llena de satisfacción el saber que tanta gente del pueblo te acompañó esta mañana, escoltándote hasta Palacio Nacional. Me asusté un poco cuando te llamaron casi de madrugada para darte la noticia de los oficiales rebeldes, y no he dejado de encomendarte a todos los santos para que te cuiden y ayuden a tomar las mejores decisiones………  Ya me informaron que llegaste bien después de haberte refugiado un rato en la Fotografía Daguerre porque se soltó una balacera muy cerca, pero todo fue controlado con rapidez y eficiencia. Me indican que lo más probable es que no vengas a dormir por unos pocos días…….  Voy a prepararte una maleta con las cosas indispensables que te enviaré más tarde..….  Recuerda debes tomar tus alimentos a tus horas, pues con tanta tensión y problemas no estaría bien que fueras a tener una recaída en este momento.…..   Aquí he notado que algunas personas son medio cambiantes y te pueden dar dolores de cabeza. Cuando estabas en plena lucha no querían saber de ti ni de tu ideario político y ahora, ya que llegaste a la presidencia, no pierden la oportunidad de alabarte y ensalzar tus logros.   Hay que tener sumo cuidado para saber en quién confiar…… Espero que, como siempre, hagas uso de tu mesura y buen juicio para llegar a puerto seguro……. Me despido con el amor de toda la vida y espero que pronto, muy pronto, podamos estar reunidos. Tu esposa que te acompaña y lleva en su corazón siempre, y a la que le haces muchísima falta. Sara. “

Esa dama luchó desde la trinchera que le correspondió, siempre al lado de su marido, en forma entregada, responsable y fiel a su exigente compromiso. Con actitud cariñosa, templada y prudente, aplicó transfusiones de fortaleza espiritual a su compañero en los días álgidos, previos a su sacrificio.  


                                                                                                                     
                                                                                                                        
R. W. B.  







           

 







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