A 101 AÑOS DE LA DECENA
TRÁGICA
9 de
Febrero de 1913
Marcha de la Lealtad
(Segunda Parte)
La madrugada del domingo 9 de febrero de 1913, se oyó el clarín
dando el toque de diana en la Escuela Militar de Aspirantes de Tlalpan. Esa
institución había sido fundada por el Gral. Bernardo Reyes, durante su desempeño
como Ministro de Guerra, en el gabinete de don Porfirio Díaz; ahí, los
estudiantes aspiraban a ser oficiales del ejército y eran instruidos por generales
del antiguo régimen. Pasadas las cuatro de la mañana, se indicó a los
estudiantes armarse y abastecerse de municiones. Un destacamento de caballería
montó, para dirigirse a la ciudad de México y ponerse a las órdenes del Gral.
Manuel Mondragón. Otros de infantería, al mando del Gral. Manuel Velázquez, cargaron una ametralladora y asaltaron un tren
que salía de Xochimilco a la capital, a donde llegaron antes del amanecer. Unos
se apoderaron de Palacio Nacional y otros pocos ocuparon las torres de Catedral
Metropolitana.
Cerca de la seis de la mañana, el Ministro de Guerra,
Gral. Ángel García Peña y don Gustavo A. Madero, hermano del presidente, ignorantes
de la situación, se acercaron a Palacio, en su camino fueron atacados con
disparos. El ministro resultó con heridas leves, en un hombro y en un pómulo,
ésta última causada por un trozo de cristal de una ventana, quebrado por impactado
de bala. Ambos fueron arrestados, en forma sorpresiva.
La noticia llegó a oídos del Gral. Lauro Villar,
comandante de la plaza e inmediatamente, se dirigió a un cuartel cercano, donde
alistó los soldados disponibles de un batallón, sólo eran sesenta; luego, el
coronel Juan G. Morelos se sumó con más hombres y se dirigieron al lugar ocupado por los
rebeldes. Arribaron a la parte lateral sur de Palacio, donde estaba el Cuartel
de Zapadores; ahí entraron y con trozos metálicos de riel destrozaron la puerta
comunicante con el recinto sede del Ejecutivo. Con gran destreza de carácter, el
Gral. Villar supo imponerse a los jóvenes sublevados que hacían guardia en la
puerta de honor, les ordenó entregar sus armas y dejó un relevo de fuerzas
leales; así continuó sometiendo a los discípulos aspirantes, hasta que desarmó
y arrestó a todos. Palacio Nacional fue
recuperado, gracias al arrojo del Gral. Villar. En cuanto la situación fue
dominada, el Ministro de Guerra y Gustavo A. Madero fueron liberados. Los defensores
del gobierno organizaron dos líneas de tiradores, para cubrir el frente de
Palacio y colocaron dos ametralladoras en la parte central.
La noche anterior en Tacubaya, los generales Manuel
Mondragón y Gregorio Ruiz fueron al cuartel y pusieron presos a los policías
enviados por el cuerpo de Inspección, para vigilar movimientos de alteración de
orden. Los presos fueron obligados a dar reportes de que por esa zona todo
estaba tranquilo. Sin embargo, los cuerpos de Artillería y Caballería de
Tacubaya fueron vistos salir de sus campamentos hacia rumbo desconocido. El Vicepresidente, José María Pino Suárez,
estaba en un convivio y recibió un comunicado para informarle que algo extraño
sucedía en Tacubaya, lo cual comunicó al inspector de policía, quien cenaba en
el mismo lugar, pero éste no dio importancia al aviso y lo calificó de alarmante, como tantos
rumores que corrían entre la gente, sólo se conformó en considerar el reporte telefónico
de sus subalternos aprehendidos.
Manuel Mondragón comandaba un regimiento de caballería,
dos de artillería y varias compañías de ametralladora del cuartel de Tacubaya;
más tarde, se le incorporó el destacamento de caballería de los aspirantes de
Tlalpan. Esas fuerzas se dirigieron a la prisión militar de Santiago de
Tlatelolco, para liberar al Gral. Bernardo Reyes. Una vez logrado su cometido,
siguieron a la Penitenciaría de la ciudad de México, para exigir la libertad
del Gral. Félix Díaz; sin embargo, el director del penal negó su petición. Ante
esa respuesta, el Gral. Gregorio Ruiz amenazó abrir fuego con cuatro cañones
apuntando a los cuatro ángulos de la prisión. Ya amanecía, cuando el apodado
“sobrino de su tío” salió del reclusorio vestido de civil.
Ese domingo temprano, el Gral. Reyes recibió la jefatura de
cerca de tres mil hombres, seis cañones y catorce ametralladoras, para enfrentarse
a 550 soldados y dos ametralladoras disponibles del Gral. Villar, en Palacio
Nacional. Entonces, la Plaza Mayor lucía frondosas arboledas, fuente y quioscos;
además, tenía parada de tranvías que salían a Xochimilco, Tacubaya,
Azcapotzalco, la Villa de Guadalupe y casi todos los poblados circundantes de
la capital. Mucha gente acostumbraba acudir a las misas dominicales de
Catedral. En ese marco, el centro de la capital del país despertó con la
algarabía del ejército rebelde, presto a amenazar a los leales al presidente
Madero.
El Gral. Gregorio Ruiz se acercó a la puerta principal de
Palacio, con objeto de proponerle al
Gral. Villar unirse a los revoltosos. Por ese intento de motivar la
insubordinación, Ruiz fue apresado.
Reyes, sin saber lo acontecido e impaciente de esperar
respuesta, dio la orden de avanzada, con gesto altivo, cabalgó al frente y
desafió a Villar. Entonces, un oficial dio la orden de fuego contra los
insubordinados. Don Bernardo recibió un balazo en el rostro y cayó muerto. La
respuesta insurrecta fue inmediata y el intercambio de disparos alcanzó a la
población civil. El combate de veinte minutos arrojó un saldo de doscientos
soldados caídos, de ambos bandos y una cifra superior al millar de víctimas
inocentes.
Ante la problemática de lograr su proyecto inicial, Mondragón
propuso a Díaz tomar La Ciudadela, donde estaba el armamento del ejército y
hacia allá se dirigieron. El Gral. Villar herido en el cuello cerró las puertas
de Palacio.
Horas antes, en el Castillo de Chapultepec, don Francisco
I Madero terminaba de desayunar, cuando llegó el Ministro de Guerra, para
reportarle los sucesos iniciados en el Zócalo. En forma precipitada, el
presidente se preparó para trasladarse a Palacio. Montó su caballo, comunicó
los hechos recientes al dirigente del Colegio Militar y arengó a los cadetes,
para que lo escoltaran a la sede del Poder Ejecutivo. En forma unánime, los
alumnos dieron un paso al frente para demostrar su firme disposición de
acompañar al Presidente, en esos momentos adversos. También, la comitiva fue
integrada por el vicepresidente, José María Pino Suárez, miembros de su
gabinete, el inspector de policía, el gobernador del Distrito Federal y
ayudantes. En el trayecto rumbo a Palacio, se fueron uniendo simpatizantes de
Madero y en Paseo de la Reforma, frente al Café Colón, se sumó el Gral.
Victoriano Huerta.
La marcha se detuvo a la altura del Teatro Nacional en
construcción, hoy Palacio de Bellas Artes, cuando escucharon las descargas
nutridas de metralla provenientes del Zócalo, eran los momentos de la caída de Bernardo Reyes, frente
a su codiciado objetivo. Al llegar a la avenida Juárez, numerosos ciudadanos
salidos de cafés y bocacalles aclamaron a Madero, solicitando armas para
empuñarlas y darle apoyo bélico en ese trance difícil. Una bala mató al
gendarme al lado del presidente y creció la confusión. Miembros de la comitiva
se resguardaron en la Fotografía Daguerre; ahí, llegaron noticias del deceso de
Reyes y la herida grave de Villar. Al enterarse de esto, Huerta ofreció sus
servicios militares para controlar la situación, en sustitución del defensor
fiel de Palacio. Ante el desconcierto de Madero, el Secretario de Guerra
intervino para dar el nombramiento solicitado a Huerta.
Mientras los rebelados se encaminaban a La Ciudadela, el
presidente y sus acompañantes siguieron a la sede del Ejecutivo; empero, antes
de llegar a su destino, tuvieron que recorrer un penoso camino plagado de
cadáveres. Villar fue encontrado malherido y recibió la orden de entregar el
mando de tropas a Victoriano Huerta, el acto siguiente fue el fusilamiento de
Gregorio Ruiz, a quien habían encontrado preso y había sido representante de
Huerta en juntas secretas con los complotistas.
Félix Díaz, Manuel Mondragón y sus partidarios iban
decididos a obtener el rendimiento de La Ciudadela, mediante cañonazos. No lo
lograron de inmediato, pues se desató un tiroteo; poco después, en el interior
de ese reducto, uno de los oficiales intrigantes dio un balazo al Mayor
responsable de la fortaleza. Pasado este
suceso, la plaza con todo su parque fue entregada a los conjurados. Inmediatamente,
esta novedad le fue comunicada al presidente, quien salió para Cuernavaca en
automóvil, la tarde de ese domingo, con objeto de traer al Gral. Felipe
Ángeles, entonces al frente de tropas en defensa de ataques zapatistas y
persona más confiable que Huerta. En forma presta, Ángeles respondió al llamado
superior al movilizarse con cuatrocientos soldados y una ametralladora a la
ciudad de México.
Todo esto acontecía en el exterior, mientras que en el
interior del hogar de la pareja presidencial, la Sra. Sara Pérez de Madero
redactaba una carta de amor solidario a su esposo, cuyo texto lo plasmó una
escritora monclovense, María Enriqueta Beyer Obezo, en su libro titulado “Sara”.
Entre otros renglones, transcribió lo siguiente: “Chapultepec, 9 de febrero de
1913. Amadísimo Pancho: Me enteré y llena de satisfacción el saber que tanta
gente del pueblo te acompañó esta mañana, escoltándote hasta Palacio Nacional.
Me asusté un poco cuando te llamaron casi de madrugada para darte la noticia de
los oficiales rebeldes, y no he dejado de encomendarte a todos los santos para
que te cuiden y ayuden a tomar las mejores decisiones……… Ya me informaron que llegaste bien después de
haberte refugiado un rato en la Fotografía Daguerre porque se soltó una
balacera muy cerca, pero todo fue controlado con rapidez y eficiencia. Me
indican que lo más probable es que no vengas a dormir por unos pocos días……. Voy a prepararte una maleta con las cosas
indispensables que te enviaré más tarde..…. Recuerda debes tomar tus alimentos a tus
horas, pues con tanta tensión y problemas no estaría bien que fueras a tener
una recaída en este momento.….. Aquí he notado que algunas personas son medio
cambiantes y te pueden dar dolores de cabeza. Cuando estabas en plena lucha no
querían saber de ti ni de tu ideario político y ahora, ya que llegaste a la
presidencia, no pierden la oportunidad de alabarte y ensalzar tus logros. Hay que
tener sumo cuidado para saber en quién confiar…… Espero que, como siempre, hagas uso de tu mesura y buen juicio para llegar a puerto seguro……. Me despido con el amor de toda la vida y espero que pronto, muy pronto, podamos estar reunidos. Tu esposa que te acompaña y lleva en su corazón siempre, y a la que le haces muchísima falta. Sara. “
Esa dama luchó desde la trinchera que le correspondió,
siempre al lado de su marido, en forma entregada, responsable y fiel a su
exigente compromiso. Con actitud cariñosa, templada y prudente, aplicó
transfusiones de fortaleza espiritual a su compañero en los días álgidos,
previos a su sacrificio.
R. W. B.
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