A 101 AÑOS DE LA DECENA TRÁGICA
Intromisiones del
Embajador Wilson y Ataques a La
Ciudadela
10 a 14 de Febrero de 1913
(Tercera Parte)
El mismo día de la asonada militar en contra del gobierno
maderista, 9 de febrero de 1913, el señor Henry Lane Wilson, embajador de los
Estados Unidos, telegrafió al Departamento de Estado de su país. Él informaba
sobre el peligroso levantamiento de inconformes y sus exigencias particulares
con reclamos para proteger a los extranjeros en México. A la vez agregaba,
puesto que, Madero no daba las garantías exigidas para sus connacionales, él se
había dirigido al jefe rebelde, Gral. Félix Díaz, por medio de un mensaje, para
invitarlo a conversar. Wilson mostraba encono hacia el presidente, por no
consultarlo en la toma de medidas políticas y por no haber aprobado su petición
de emolumentos personales, semejantes a los que disfrutaba durante el régimen porfirista.
El lunes 10 de febrero, los capitalinos despertaron muy
nerviosos por los sucesos violentos del día anterior. Imperaba una quietud
disfrazada, no salieron periódicos, sólo había hojas sueltas informativas de
los últimos acontecimientos, que eran compradas con avidez por los vecinos, los
tranvías no circulaban, sólo transitaban las presurosas ambulancias; así como,
los automóviles de militares y de diplomáticos, éstos portando banderas de sus países
respectivos, para pedir respeto a sus ocupantes. Había un silencio molesto, que presagiaba más
violencia.
Esa mañana, Madero y Felipe Ángeles entraron por el camino
de Xochimilco, procedentes de Cuernavaca. Ellos fueron recibidos por el Ministro
de Guerra, Ángel García Peña y el presidente le expresó su deseo de nombrar a
Ángeles como jefe de la plaza, en sustitución de Huerta; pero, el ministro no
aceptó la petición por respeto al escalafón militar. En la tarde, llegaron las
fuerzas leales de Cuernavaca, cuatro regimientos de Celaya y Teotihuacan;
además, las tropas de Querétaro, al mando de Guillermo Rubio Navarrete. En
total seis mil hombres, para atacar a los rebeldes refugiados en La Ciudadela. De
Toluca, llegó un telegrama urgente firmado por el Gral. Aureliano Blanquet,
dirigido al presidente, para refutar el rumor que corría sobre su defección,
pidiendo hacer pública su protesta. Madero confirmó la lealtad de Blanquet y se
comprometió a hacer rectificaciones.
Ese día, la ecuánime Sra. Sara Pérez de Madero escribió a
su esposo: “Querido Pancho mío: Voy a mandar a un propio con tu encargo y unas
letritas sólo para decirte que estamos bien, que no te apures por mí. Toda la
familia ha estado viniendo a preguntar qué se nos ofrece y a expresar su apoyo
incondicional, algunos ministros también han enviado telegramas y cartas:
Japón, Chile y el ministro Márquez Sterling, de Cuba…….. Por favor, dime cuándo será prudente que te alcance para
ir preparando lo necesario…….. Bueno, de todas maneras yo empacaré unas cuantas
cosas para que, en caso de que requieras mi presencia, pueda movilizarme de
inmediato. Recibe todo mi amor y que Dios te llene de bendiciones y te ilumine,
para que puedas resolver esto lo antes posible y tenerte de nuevo a mi lado. Tu
impaciente esposa, Sara. “. Desde su hogar, en el Castillo de Chapultepec, el
presidente de México recibía ánimos para mantener firme su espíritu, ante la
adversidad. Esa carta la recopiló María Enriqueta Beyer Obezo, para incluirla
en su libro “Sara”.
Por su parte, el embajador Wilson reanudó su campaña de
desprestigio en contra del presidente Madero, al mandar mensajes exagerados con
reportes falsos, para solicitar la intervención de Estados Unidos, mediante la movilización
de tropas en la frontera y el envío de barcos de guerra e infantes de marina, prestos
a desembarcar en puertos mexicanos.
La mañana del martes 11, cerca de las 10:30, empezaron
los ataques contra los amotinados en La Ciudadela. Huerta tomó disposiciones
poco efectivas; por ejemplo, dio obuses de metralla al Gral. Ángeles cuyos
disparos no causaban daño mayor a la fortaleza y un cuerpo montado de rurales
recibió la orden absurda de atacar por el frente, el resultado fue una gran
cantidad de cuerpos de hombres y caballos tirados en la calle. Las acciones
bélicas de Huerta eran aparentes, parecía que su propósito era terminar con las
fuerzas leales. Hubo más de quinientos hombres balaceados, unos muertos y otros
heridos. Los investigadores aseguran que, más tarde, Huerta y Díaz se
entrevistaron, para tomar acuerdos. Enseguida, se permitió el paso de víveres a
los sitiados. Esto, molestó mucho al presidente y le exigió explicaciones al
jefe de plaza; éste primero negó la acusación, luego los testigos lo contradijeron,
ya en forma titubeante, Huerta respondió que era una estrategia para reunir a
los enemigos y rematarlos. La desconfianza sobre su proceder crecía pero no era
removido de su cargo. En la noche, disminuyó la intensidad de los balazos.
Las noticias de los sucesos en la capital se esparcían
por todo el país. Don Pablo González, quien se encontraba en Julimes, Chih.,
envió un telegrama al Gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, con el texto
siguiente: “En vista de la noticia recibida hoy de México y de observaciones
que comuniqué a usted en mi carta fechada en Meoqui el día 5, salgo en estos
momentos rumbo a Coahuila, sin órdenes y sin aviso del Cuartel General de
Chihuahua.” En efecto, don Venustiano
había dado instrucciones a Pablo González para que, al notar actos subversivos
contrarios al gobierno de Madero, inmediatamente, regresara. Además, el
gobernador envió mensaje al presidente, para ofrecerle alojo en el estado y enviarle
fuerzas militares para combatir a los sublevados.
El miércoles 12, el fuego empezó desde las 6:00 a.m. Los
felicistas lanzaron granadas a la Cárcel de Belem, ubicada en contra esquina de
La Ciudadela, de ese modo, lograron
provocar un motín y un intento de fuga masiva, varios prófugos se unieron a los
alzados. También, arrojaron explosivos a otros puntos para provocar escándalo y
demostrar que el gobierno era incapaz de controlar la rebelión. Huerta mandó su gente hacia rumbos,
previamente, acordados con Díaz, para facilitar la aniquilación de los
defensores maderistas. Inclusive, envió otra unidad de rurales montados, semejante
a la del día anterior, para obtener resultados similares. Las bajas de leales llegaron al centenar de
caídos y numerosas víctimas civiles en el vecindario.
Wilson se acompañó de los embajadores de España, Bernardo
Cólogan y de Alemania, Paul Von Hintze, además traía poder escrito del ministro
de Inglaterra, Francis W. Stronge, para entrevistarse con el presidente Madero
y protestar en contra de la inhumana guerra en la ciudad capital. El dirigente de
la comitiva exigió una suspensión de hostilidades. Luego, ellos visitaron a
Félix Díaz, ante él se quejaron de los bombardeos en todas direcciones. El
visitado respondió que, actuaba en defensa de los ataques del ejército federal
y anunció que venían más hombres para unírsele, con el fin de concluir el alzamiento.
Por su parte, de modo falso, Wilson advirtió la próxima
llegada de barcos de guerra estadounidenses a puertos mexicanos. Para conseguir
sus fines, continuaba enviado reportes alarmantes sobre el pánico en la ciudad
de México y exageraba las cifras de muertos y heridos. Sin embargo, en
Washington, el presidente William Howard Taft declaró sus propósitos de no
intervenir en los asuntos de México y en todo caso, no podría actuar sin la
autorización del Congreso de Estados Unidos.
El viernes 14, el presidente preocupado por la
continuación de hostilidades, decidió entrar en negociaciones con los
rebelados. Para eso, solicitó la colaboración del embajador español, Cólogan y
del Lic. Francisco León de la Barra, a quienes suplicó trasladarse a La
Ciudadela a gestionar la suspensión de hostilidades de los insurrectos por un
plazo de tres días. Cada uno fue por su parte, pero no hubo acuerdo alguno;
pues, el jefe rebelde negó tratar sino renunciaban el Presidente, el
Vicepresidente y los Secretarios de Estado. Más tarde, el Ministro de
Relaciones Exteriores, Pedro Lascuráin y el Ministro de Guerra sugirieron al
Presidente de México su renuncia. La tensión nerviosa de Madero empeoró al
enterarse que, la casa de sus padres había sido incendiada esa tarde.
Para confirmar ese suceso, tranquilizarlo y mostrarle
apoyo, la Sra. Madero hizo una redacción, en los términos siguientes: “Pancho
de mi vida: Unas cuantas letras apresuradas para decirte que estamos todos
bien. No te preocupes. Como ya debes de estar enterado, la chusma azuzada por
los rebeldes, se atrevió atacar la casa de la calle de Berlín. Por fortuna, la
familia había sido advertida y se refugiaron con amigos. De todas formas el
susto ha sido grande ya que aventaron mechas prendidas con petróleo y todo
ardió en minutos. Las pérdidas sólo son materiales…… Sabemos que la mayoría de
la gente del pueblo está con tu gobierno……. entiendo que es imposible pedirte
calma en estos momentos de angustia……. La única forma en que logro asimilarlo,
es pensando que esta confrontación armada es necesaria para vencer a las
fuerzas del mal, las opresoras de nuestro querido México, que no quieren
entender que este país necesita un cambio radical para poder subsistir y se
oponen a dejar a dejar las viejas prácticas de la dictadura; no quieren
abstenerse de recibir canonjías…….. No
son capaces de pensar en los demás, sólo en su ambición de bienestar material.
Nuestro deber es ser fuertes y sólo conseguiremos la fortaleza necesaria,
pidiéndole constantemente a nuestro Señor……. “.
Más tarde, la señora Sara le escribió otro mensaje,
también fechado el 14 de febrero, para
advertirle lo siguiente: “Señor y esposo mío: Me interrumpieron para avisarme
que el marchante que nos surte la verdura quería hablar con urgencia, pero sólo
conmigo, que tenía información muy importante para nosotros…… Muy alterado me
dijo que su tío le había confiado en secreto que hay mucho movimiento en La
Ciudadela, que de madrugada, cuando todos duermen, los nuestros que vigilan el
sitio..... se van francos por unas dos
horas o tres horas, y que en ese tiempo los de adentro les abren las puertas a
unos marchantes de Xochimilco que les traen víveres……. no están sitiados como
se nos ha hecho creer a toda la gente…… Te manda decir que el pueblo está
contigo y que lo que tú mandes será obedecido sin falta. Ya no sé como pedirte
que abras los ojos, mi cielo, hay un traidor junto a ti. Cuídate, te lo
suplico…… “.
La esposa fiel del mandatario comulgaba con sus
ideales, en forma absoluta, colaboraba en su lucha y estaba pendiente de
señalarle las medidas convenientes a tomar, para conseguir el triunfo de su
causa. Ella estaba encerrada en su hogar,
el Castillo de Chapultepec; sobre éste expresó que, era demasiado grande para
una mujer sola y manifestó su profundo anhelo por compartir esos días nefastos
con su marido.
R.W.B.
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