viernes, 21 de febrero de 2014

LA RUTA DEL SOL

LA RUTA DEL SOL


Carlos Gutiérrez Recio

El día 22 de Febrero se conmemora el 101 aniversario de los magnicidios perpetrados contra don Francisco I. Madero y don José María Pino Suárez, por órdenes de Victoriano Huerta que recibió el consejo de asesinarlos de parte del entonces embajador de los Estados Unidos de América, Henry Lane Wilson, en el Pacto de la Embajada que culminó con la llamada Decena Trágica.

Tres días antes del atentado criminal, don Venustiano Carranza en aquel entonces gobernador del estado independiente, libre y soberano de Coahuila, había desconocido al usurpador, emitiendo el decreto mi 421,solicitando al Congreso del Estado facultades para levantarse en armas y proceder en consecuencia, pero lamentablemente sucedió lo que muchos sabemos.

La inocencia, ingenuidad y desconocimiento de la política provocó que don Panchito Madero cayera en la trampa orquestada por los militares y los porfiristas que se habían quedado en el poder, al no hacerle caso el hombre originario de Parras al otro hombre nacido en Cuatro Ciénegas que le había dicho: Revolución que transa es Revolución perdida.

El señor Madero era exageradamente bueno, por su mente jamás pasó la duda de la maldad, no obstante que desde un principio desconfió de Victoriano Huerta, al final le dio el poder suficiente para que éste lo traicionara en forma tan villana que por ello los redactores le pusieron el mote de chacal, pero fue después de haber abandonado la presidencia.

Consta en documentos la bondad de don Francisco, no obstante que la confirmación todavía está por comprobarse, algunos veteranos afirman que el primer presidente democrático de México, era ahijado de don Porfirio Díaz, si tomamos en cuenta que su abuelo don Evaristo Madero había sido gobernador de Coahuila y gente muy cercana al dictador.

Lo que si podemos comprobar es que cuando salió desterrado el héroe de la Batalla del dos de abril, así como el juarista que entró a la ciudad de México a la caída de Maximiliano en Querétaro, fue pensionado por don Panchito asignándole la cantidad de 700 pesos mensuales, gracias a los servicios prestados al ejército durante 40 años.

Don Porfirio Díaz Mori, donó esa cantidad para el sostenimiento de los cadetes del Heróico Colegio Militar y cuando viajó a Veracruz para tomar el Ipiranga rumbo a Paris en un viaje sin retorno, quien lo escoltó fue Victoriano Huerta entonces general brigadier. Al despedirse le dio el alto honor de ser el defensor del Escudo Nacional.

Desde entonces Huerta creyó que era el elegido para substituir a don Porfirio por la confianza que le depositó antes de partir hacia Europa, luego don Francisco lo designó Jefe de la División del Norte para venir a derrotar a Pascual Orozco, regresando a México donde el señor Madero lo ascendió a general de división. Lo demás, también muchos lo sabemos.

En esta columna aparece una copia de la carta enviada a don Arturo Borrego, al administrador que tenía en Cuatro Ciénegas (se dice que era medio hermano), donde le menciona la venta de cera de candelilla, el escrito está fechado y firmado el cuatro de enero de 1913, a un mes con 18 días de ser asesinado, el hombre estaba más metido en sus negocios que en su seguridad.

El 10 de enero de 1913, llegó a México el embajador de Cuba, don Manuel Márquez Sterling, el mismo que lo designó como Apóstol de la Democracia, viviendo el mes con 12 días como diplomático el verdadero drama que  rodeó a Francisco I. Madero, pues cientos de personas en la capital de la república sabían que iba a ser traicionado por Victoriano Huerta, menos él.

Inclusive cuando fue aprehendido junto con Pino Suárez, el canciller cubano tenía dispuesto un barco para trasladar al Apóstol, su esposa Sarita, sus padres y hermanos (menos Gustavo, que había sido ferozmente masacrado el 19 de febrero, por los golpistas en la Ciudadela), pero el embajador norteamericano les jugó el dedo en la boca.

El propio Márquez Sterling para salvaguardar la vida de Madero y Pino Suárez, había pernoctado en la misma celda, junto con el general Felipe Ángeles que también se encontraba preso en el penal de Lecumberri,  pero nunca pensó que serían asesinados por dos esbirros de Huerta, Francisco Cecilio Cárdenas Sucilla y Rafael Pimienta.

Pasando a cosas ignorantes, los artistas y algunos que se dicen historiadores están haciendo trizas los verdaderos acontecimientos de la Revolución Mexicana y a las pruebas me remito: por los ocho murales pintados en el Congreso del Estado, que plasmó Gerardo Beuchot Puentes, según se dice tuvo un costo de dos millones de pesos la obra mencionada.

Con el título de “Carranza en los Muros del Congreso”, en uno pusieron al Primer Jefe como Lanzando con su mirada un rayo arcoíris a la Constitución, en otro el Escudo Nacional y de Coahuila, con colores que no son los originales y luego también aparece don Venustiano en la firma de los Tratados de Teoloyucan el 13 de agosto de 1914, cuando no es cierto.

Es una lástima que en pleno palacio legislativo, hayan falseado la verdadera historia, al no tener el mínimo conocimiento de los hechos, por ello me permito hacer público mi descontento al poner la imagen de un empleado del Congreso, cuando nada tiene qué ver, todo lo anterior está fuera de lugar, por eso lo afirmo, confirmo y firmo.











jueves, 20 de febrero de 2014

A 101 AÑOS DE LA DECENA TRÁGICA

A 101 AÑOS DE LA DECENA TRÁGICA
CONSUMACIÓN DEL MAGNICIDIO

22 de Febrero de 1913
(Sexta y Última Parte)


Después de la usurpación de poderes perpetrada por Victoriano Huerta, el gobierno de Coahuila expidió documentos para oponerse a los actos ilegales violatorios al constitucionalismo nacional. Se imprimió una circular para excitar al movimiento legitimista, que fue distribuido por los mismos legisladores coahuilenses, el propio presidente del Congreso, Atilano Barrera, entregó copias a dos diputados sonorenses, Roberto V. Pesqueira y Adolfo de la Huerta, el primero de la legislatura federal y el segundo miembro del órgano  legislativo local de Sonora, procedentes de la ciudad de México. Ellos pasaron por Estación Monclova, el 21 de febrero de 1913, con intención de dirigirse a su entidad, iban temerosos de ser víctimas de las tropelías cometidas por el usurpador, en los días del cuartelazo. En la localidad ferrocarrilera, los diputados solicitaron una conferencia telegráfica a Saltillo, con el gobernador Carranza, quien no contestó en forma personal; sólo mandó decirles que, ya se había dirigido al gobernador de Sonora, José María Maytorena, para tratarlo de animar a cumplir su deber cívico y en caso de que no diera respuesta afirmativa, los diputados debían iniciar el movimiento armado en su estado. Éstos contestaron en forma positiva, quedando a las órdenes del movimiento encabezado por Carranza, del cual ya estaban enterados. Don Venustiano agradeció la disposición patriótica de esos legisladores.

Ese viernes 21, en la capital del país, Huerta ofreció un banquete ostentoso al cuerpo diplomático, los asistentes lucieron uniformes de gala y el embajador de Estados Unidos, Henry L. Wilson, pronunció un discurso para felicitar al nuevo presidente de México y hacer votos por el restablecimiento de la paz. El anfitrión agradeció esas palabras y garantizó el respeto de vidas e intereses de los habitantes nacionales y extranjeros radicados en suelo nacional. Esa misma noche, la señora Mercedes González de Madero visitó a su hijo Francisco preso en Palacio Nacional y le comunicó la noticia funesta de la muerte de su hermano Gustavo. Esto perturbó a don Francisco y motivó su llanto, toda la noche.

La tarde del 22 de febrero, la Embajada de Estados Unidos festejó el aniversario del natalicio de George Washington e invitó a esa celebración, a las autoridades mexicanas y a los representantes extranjeros. Dentro del ambiente de bullicio, conversaciones muy convencionales y galanterías frívolas, don Manuel Márquez Sterling, ministro de Cuba, se atrevió a leer un mensaje recién llegado de su patria, donde expresaban el regocijo por el respeto de las vidas de don Francisco I Madero y sus acompañantes. Después del brindis de costumbre y del fastuoso bufet, la concurrencia se despidió para volver a la tranquilidad. Sólo permanecieron en la mansión, los señores Wilson y Huerta. Horas antes, el segundo había estado en junta con los generales Félix Díaz y Aureliano Blanquet, acompañado de los secretarios de su gabinete, para analizar la suerte de los gobernantes derrocados. Ellos en consejo, decidieron la eliminación de esos personajes encarcelados. Esta determinación le fue informada al embajador estadounidense, para afinar los últimos detalles del fatídico plan.  

Como a las diez de la noche, los presos en Palacio Nacional apagaron las luces para disponerse a dormir. Poco después, el coronel Joaquín Chicarro y el mayor de rurales Francisco Cárdenas, éste vestido de charro con corbata roja, irrumpieron el salón convertido en reclusorio  y despertaron a los cautivos. Madero y Pino Suárez recibieron la orden de vestirse, para ser trasladados a la penitenciaría de Lecumberri. Muy sorprendidos se despidieron con breves y emotivas palabras del Gral. Felipe Ángeles, quien permaneció en el cuarto. 

En la puerta de palacio, los esperaban dos automóviles negros alquilados. A los presos se les hizo ocupar sendos vehículos, Madero iba custodiado por el mayor Cárdenas y dos rurales. Pino Suárez subió al otro coche con un capitán y un oficial de rurales.  Se dirigieron a la calle de Lecumberri, donde estaba la penitenciaría.

En el plan de los ejecutores estaba programada la simulación de un ataque de gendarmes, para finalizar su siniestra misión. Pero los fingidos atacantes no se presentaron en el camino; por eso, llegaron hasta la puerta frontal del penal, donde se les informó que los gendarmes estaban en la parte posterior del edificio. Ahí, tampoco encontraron a los supuestos agresores; entonces, a empujones, Cárdenas hizo bajar a Madero y le disparó en la cabeza, causándole muerte instantánea.

Pino Suárez fue obligado a bajar del otro automóvil, le dispararon y cayó herido. Se levantó, trató de correr pidiendo auxilio, pero fue alcanzado por otra bala. Ésta le provocó una segunda caída, pero continuaba con vida; entonces, se dio la orden a los rurales de descargar sus armas sobre el cuerpo yacente. Luego, Cárdenas se acercó para rematarlo con el tiro de gracia. El mismo asesino regresó  a donde se encontraba el cuerpo inerte de Madero, para darle un segundo balazo en el cráneo.

Los cadáveres fueron llevados a la penitenciaría, donde se envolvieron con cobertores; luego, se enterraron en uno de los patios de ese inmueble. El día siguiente se exhumaron, se les hizo autopsia y se depositaron en féretros forrados de zinc.

El domingo 23 corrió la versión oficial que, a medianoche los señores Madero y Pino Suárez detenidos en Palacio, habían sido conducidos a la penitenciaría y en el último tramo, habían sido atacados por un grupo armado. Añadieron que, la escolta había bajado para defenderse y ese momento quiso ser aprovechado por los presos para escapar; pero, en su intento habían caído muertos por el tiroteo. No obstante, el pueblo indignado no se dejó engañar por el pueril reporte huertista.

Todavía, a las 2:15 pm, un periódico alarmista publicó la falsa noticia de que, la señora Sara Pérez de Madero se había suicidado sobre el cuerpo de su difunto esposo. Realmente, esta dama sufrió mucho para ver y conseguir el cadáver de su marido.  Al fin, le fue entregado el ataúd y los restos de Madero se trasladaron al Panteón Francés; mientras, los de Pino Suárez se inhumaron en el Panteón Español.

Doña Sara, su suegra y sus cuñadas no tardaron en salir a Veracruz, para abordar el crucero Cuba y en alta mar, rumbo a La Habana, el 25 de febrero, escribió:  ”Como si fuera una hoja al viento me he dejado llevar para cumplir con los ritos de dar cristiana sepultura a mi marido, a mi bien amado Francisco…… Miles de gentes le han acompañado a la tumba, innumerables personas me han dado el pésame y presentado sus respetos y condolencias. Me pregunto en donde estaban  todos cuando su presidente los necesitó, en donde estaban cuando lo asesinaron a sangre fría, en donde estaban cuando precisaba de su apoyo para sacar al país adelante. No sé qué pensar. No sé a quién creer.  Los sollozos y el dolor punzante no dejan de horadar mi pecho. Se nublan mis ojos y los pensamientos y las emociones surgen sin control. No sé de mí, no me importa qué pueda suceder ni que derrotero pueda llevar mi vida…… Lo mismo me da ya nada me interesa…… Nada tiene sentido, nada me hace ilusión. De todas maneras es un final trágico,…… Soy una muerta en vida.”. Ésta es la epístola final del libro Sara, obra de la escritora monclovense María Enriqueta Beyer Obezo..

Pero, la Revolución Mexicana no terminó con el derramamiento de sangre del Mártir de la Democracia. Era necesario lavar la vergonzosa afrenta con honor y el Gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, tomó la decisión de abanderar el movimiento para restablecer el orden constitucional en México. Por eso, en forma inmediata, el mandatario vistió el traje de campaña, montó un magnífico caballo azabache, salió de Saltillo y se dirigió al norte de la entidad, para redactar el Plan de Guadalupe y luego, tener una convención en Estación Monclova, con representantes de Sonora y Chihuahua, quienes se comprometieron a brindarle apoyo en la estructuración de su lucha por reivindicar la dignidad nacional. 


                                                                                                                    


  R. W. B.




                                                                                                              







martes, 18 de febrero de 2014

A 101 AÑOS DE LA DECENA TRÁGICA

A 101 AÑOS DE LA DECENA TRÁGICA
Pacto de la Embajada y Renuncia del Presidente Madero

18 a 20 de Febrero de 1913
(Quinta Parte)

                                                                                                           
El 18 de febrero de 1913, a las nueve y media de la noche, los señores Victoriano Huerta y Félix Díaz se reunieron en la Embajada de Estados Unidos de la ciudad de México, donde acordaron los puntos siguiente: desconocer el Poder Ejecutivo de don Francisco I Madero; entregar la autoridad suprema al mismo Huerta y a los miembros de su gabinete, antes de 72 horas; el Gral. Díaz declinaba formar parte de ese gabinete, para estar en condiciones de contender en las elecciones siguientes; hacer la notificación oficial de esos cambios de mando a las delegaciones extranjeras; e invitar a los revolucionarios a cesar hostilidades. Originalmente, este convenio se dio a conocer con el nombre de Pacto de La Ciudadela, pero ahora es mejor conocido como Pacto de la Embajada, por el lugar donde se firmó, ya que el embajador estadounidense, Henry Lane Wilson, facilitó todos los medios a los complotistas. 

Esa misma noche, se giró el telegrama que decía: “Autorizado por el Senado, he asumido el Poder Ejecutivo, estando presos el Presidente y su Gabinete. V.  Huerta”, el comunicado iba dirigido a todos los gobernadores de la república. Únicamente, en Coahuila hubo oposición a esa sentencia arbitraria y se hicieron los preparativos, para contrarrestar la usurpación de poderes y las violaciones al constitucionalismo. Inmediatamente, el mandatario Venustiano Carranza, citó a los diputados locales para explicarles la gravedad del caso; pues, era urgente desafiar las acciones contrarias a la legitimidad y al decoro nacional.  Así con prontitud, el día 19, el gobernador coahuilense emitió un oficio dirigido a la XXII Legislatura del Estado de Coahuila, una circular para invitar a otros gobiernos estatales al movimiento legitimista y un decreto para desconocer al usurpador Huerta.

Mientras en la capital del país, antes del amanecer del martes 19, los felicistas continuaban su festín sanguinario, en La Ciudadela. Después del cruel martirio perpetrado en contra de don Gustavo A. Madero, fueron fusilados el capitán Adolfo Bassó y Manuel Oviedo, periodista y jefe político de Tacubaya.

Madero y Pino Suárez fueron visitados en su prisión por un general huertista, para exigirles sus renuncias respectivas; pues, si se oponían a ello sus vidas y las de sus partidarios peligrarían, en cambio, al ceder tenían la garantía de ser liberados. Ante la gravedad del asunto y con objeto de dar formalidad al acto, el presidente pidió la intervención diplomática y propuso la presencia de los ministros de Cuba y Chile. Además, Madero exigía respetar el orden constitucional de los estados, la libertad de su hermano Gustavo y del Gral. Felipe Ángeles, para ser conducidos con sus familias al puerto de Veracruz, donde se embarcarían al extranjero; entonces, ignoraba el trágico fin del primero. Huerta aceptó estas condiciones, incluyendo la referente a su hermano.

De ese modo, al saber la aceptación de requerimientos y después de distintas propuestas entre ambos personajes, ellos tomaron el acuerdo de hacer una redacción escueta con las palabras siguientes: “Ciudadanos Secretarios de la Honorable Cámara de Diputados: En vista de los acontecimientos que se han desarrollado de ayer a acá en la Nación, y para dar mayor tranquilidad de ella, hacemos formal renuncia de los cargos de Presidente y Vicepresidente para los cuales fuimos elegidos. Protestamos lo necesario. México, febrero 19 de 1913. Francisco I. Madero. José Ma. Pino Suárez”. Pedro Lascuráin, Ministro de Relaciones Exteriores, presentó la renuncia ante el Congreso de la Unión, el documento fue sometido a votación; el cual, debido al temor reinante por las ametralladoras que apuntaban al recinto, se aprobó por mayoría, sólo hubo contadas honrosas excepciones contrarias a su aprobación.

Esa mañana, el usurpador redactó un telegrama al presidente Taft, en los términos vergonzosos siguientes: “Tengo el honor de informar a usted que he derrocado este gobierno. Las fuerzas están conmigo y desde hoy reinará la paz y la prosperidad. Su obediente servidor. Victoriano Huerta”. Pero, este servil firmante nunca pensó redactar la carta de garantías solicitadas y acordadas con Madero. 

Por disposición constitucional, el ministro Lascuráin asumió en forma interina la presidencia de la República. Empero, el investido tuvo ese cargo sólo cuarenta y cinco minutos. Ese lapso fue suficiente para ejecutar las medidas maquiavélicas, ya antes premeditadas; así, con prontitud, el general Victoriano Huerta fue designado secretario de Gobernación y Pedro Lascuráin renunció a su investidura. De ese modo, oficialmente, Huerta tuvo a su disposición la banda presidencial para protestar frente a una Cámara amedrentada y retirarse con su codiciado botín de mando.  

El mismo día 19, el gobernador Carranza por medio de un decreto, dio a conocer la resolución tomada por la XXII Legislatura del Estado, para desconocer a Huerta como presidente de México y para conceder facultades extraordinarias al ejecutivo coahuilense, en todos los ramos de la administración pública, así como para que procediera a armar fuerzas con objeto de coadyuvar al sostenimiento del orden constitucional en el país. También, en ese documento, se incitaba a los gobernadores de las demás entidades y a jefes de tropas federales para secundar las medidas tomadas en Coahuila. Los gobiernos de Sonora, San Luis Potosí y Aguascalientes, simpatizaban con la idea de Carranza, pero no respondieron de inmediato.

El jueves 20, don Venustiano telegrafió al Senado de la República, para informar su desconocimiento de Huerta, de acuerdo a la autorización otorgada por el Congreso de Coahuila. Mientras, en la capital del país esa mañana, las personas señaladas en el Pacto de la Embajada rindieron su protesta de ley, para asumir sus cargos respectivos en los distintos ministerios e integrar el gabinete del gobierno espurio.

Esa tarde, Félix Díaz salió de su reducto de batalla, La Ciudadela, escoltado por sus cómplices militares, para dirigirse a Palacio Nacional, en su camino sus partidarios lo aplaudieron. El nuevo presidente lo recibió con un caluroso abrazo, suponiendo que, con la ejecución del  cuartelazo tramado por ambos, iba a empezar una era de paz. Sin embargo, aparte de la bandera de protesta levantada con dignidad en Coahuila, se fueron notando más focos de inconformidad en otros estados, como en Sonora, donde Álvaro Obregón y Benjamín Hill comprometieron sus armas para oponerse a la felonía huertista, aunque no recibieron el apoyo del gobernador en turno, José María Maytorena; en Zacatecas, don Eulalio Gutiérrez, Presidente Municipal de Concepción del Oro y el cabildo local se expusieron a sostener el gobierno legítimo de Madero; y los zapatistas reanudaron sus ataques, ahora contra los huertistas en puntos cercanos a la villa de Tlalpan.  

Días antes, el ministro cubano Manuel Márquez Sterling había brindado los servicios del crucero Cuba, anclado en Veracruz, para dar asilo a los infortunados mandatarios y sus familias en su país. Con la confianza de la aceptación de ese ofrecimiento, parientes y amigos de Madero aguardaron su llegada en la estación de ferrocarril, para despedirlo. Empero, al enterarse de la situación, ellos trataron de ser recibidos por Huerta; sin embargo, éste se negó a escucharlos. Por otra vía, doña Sara Pérez de Madero, su suegra, doña Mercedes González de Madero y doña María Cámara de Pino Suárez fueron a suplicar la intercesión del ministro Wilson ante Huerta, para salvar la vida de los recluidos. Con sumo enfado, el diplomático estadounidense se vio presionado a recibirlas, aunque de mal modo, como está descrito en una epístola del libro Sara, de la autoría de María Enriqueta Beyer, fechada ese día 20; en unos renglones se lee: “…… Fuimos esta tarde a la embajada de los Estados Unidos a solicitar una entrevista con el embajador Wilson, y después de hacernos esperar un buen rato nos recibió, un tanto forzado por las circunstancias y por su esposa. Pedí su influencia para que respetaran la vida de Pancho y que no le hicieran daño; y que también respetaran la vida de los hombres que han permanecido fieles a su gobierno. Nada más logré que me indignara su pedantería, ese hombre está endiosado con su persona. Tuvo el descaro de decirme que Pancho se buscó esto por no haberle consultado como debía gobernar. Me ha enfermado el verlo y comprobar que tan soberbio y fatuo es. Está embriagado de poder y se cree omnipotente….. “.

En forma astuta y artera, ese grupo pérfido siguió tejiendo la red de intrigas, para tender la trampa destinada a eliminar al prócer Madero y a su colaborador Pino Suárez.


                                                                                                                                                                            R. W. B.


viernes, 14 de febrero de 2014

A 101 AÑOS DE LA DECENA TRÁGICA

A 101 AÑOS DE LA DECENA TRÁGICA
Preparativos para el Derrocamiento del Presidente Madero
15 a 18 de Febrero de 1913
(Cuarta Parte)


Como a la una de la mañana del sábado 15 de febrero de 1913,  en tono impulsivo, el embajador Henry L. Wilson llamó al ministro español en México, Bernardo Cólogan, para suplicarle que acudiera a su residencia, pues tenía que discutir un asunto muy grave con él y con los representantes de Inglaterra y Alemania. Los tres acudieron a la oficina del estadounidense, lo encontraron sumamente nervioso, mostraba semblante pálido y muy excitado expresó que, Madero era un trastornado incapaz de ejercer su cargo. Dio un golpe en la mesa y se atrevió a afirmar enfáticamente: “Esta situación es intolerable, yo pondré las cosas en orden”. Declaró que, cuatro mil hombres de su país desembarcarían dispuestos a llegar a la capital, si fuese necesario; además, habló de un acuerdo entre Huerta y Félix Díaz, para derrocar al presidente. 

Supuestamente, el enojo de Wilson se debía a estar enterado de un telegrama enviado por Madero al presidente William H. Taft, el día anterior; pues, el mandatario mexicano preocupado por la insistencia de rumores pregonados por Wilson, sobre el desembarco de tropas estadounidenses, le informó a Taft que, los reportes del embajador sobre los acontecimientos en México eran exagerados y en todo caso, una amenaza internacional provocaría una conflagración mayor. Madero admitía la gravedad de la situación y se comprometía a aceptar las responsabilidades correspondientes, en cuanto a daños materiales.         

Wilson expuso a sus compañeros que, la única solución para la tranquilidad en México era la renuncia de Madero. Cólogan fue comisionado para presentarse frente al presidente y expresarle los deseos de su colega norteamericano. Madero escuchó la petición del diplomático y con gallardía manifestó que los extranjeros no tenían derecho a inmiscuirse en la política nacional. Mientras, Wilson continuaba esparciendo sus rumores del probable desembarco de marines norteamericanos en Veracruz.   

A las 2 de la mañana del domingo 16, se firmó una tregua por 24 horas. Así, desde el amanecer, los capitalinos pudieron salir de sus casas sin temer a los balazos. La mayoría fue a comprar víveres y algunos se mudaron de la zona crítica a lugares de la ciudad menos riesgosos. Ambos bandos recogieron a sus muertos e hicieron un montón de cadáveres para ser incinerados. Un testigo ocular dijo haber visto 18 carros con víveres entrar a La Ciudadela, violando el armisticio, Huerta fue citado a declarar, vacilante argumentó haberlo permitido para evitar que los felicistas se dispersaran y el movimiento cundiera por la población. Aumentaban las razones para desconfiar de Huerta; sin embargo, el jefe de plaza no era removido de su cargo. El fuego fue reiniciado a las 2 de la tarde,  en contra del acuerdo firmado. 

El lunes 17, los señores Gustavo A. Madero y Jesús Urueta amagaron con pistola a Huerta y lo llevaron frente al presidente, porque habían descubierto que tenía tratos con Félix Díaz y sus tropas, el acusado negó ser partícipe de la conspiración y prometió capturar a los rebeldes en un plazo de 24 horas. Madero le concedió ese término para que probara su lealtad.

Por su parte, el embajador Wilson telegrafió a su gobierno, para informar que ya tomaban las medidas necesarias para derrocar a Madero. Por otro lado, Huerta visitó al Gral. Aureliano Blanquet en su campamento de la Tlaxpana, al norte de la ciudad, actualmente, parte de la Delegación Miguel Hidalgo, para que lo secundara en sus planes; luego, mandó que sus fuerzas sustituyeran a los rurales, fieles maderistas, encargados del resguardo de Palacio Nacional.  

Al amanecer del 18, Wilson y Huerta despertaron nerviosos para continuar el maniqueo de sus planes nefastos. El segundo convocó a los senadores, sólo a nueve llevó a la Comandancia Militar, para mostrarles una acta firmada por varios generales, entre éstos el Ministro de Guerra, Ángel García Peña, en la que se asentaba que, por razones técnicas no era posible tomar La Ciudadela por asalto; pero, esto sucedería si no cambiaban los procedimientos de ataque, llevados a cabo hasta esos momentos. Realmente, Huerta no los había cambiado a formas más efectivas, por intereses muy personales.

Enseguida, Huerta llamó al Ministro de Guerra para avisarle que, los senadores presentes se fijaron en él, como el conducto indicado, para hacer saber al Presidente el punto de vista del grupo y todos acudieron al mandatario. Con vacilación, el representante externó su parecer, Madero respondió con una negativa absoluta a la petición del séquito porfirista, porque el pueblo lo había elegido, les dijo que, si era preciso moriría en el cumplimiento de su deber. Los amonestados replicaron que, el Ministro de Relaciones Exteriores, Pedro Lascuráin, había comentado el peligro de una intervención extranjera; a esto, el gobernante mostró un telegrama del presidente Taft, donde desmentía los informes de desembarco de tropas estadounidenses divulgados por el embajador de ese país.
  
Esa mañana, Palacio Nacional fue bombardeado desde La Ciudadela con certera puntería, sólo por pocos minutos. Pero, Huerta al enterarse de la respuesta negativa del Ejecutivo, decidió dar el golpe definitivo de su malévolo plan. Primero, invitó a don Gustavo A. Madero y a otras personas a comer en el restaurant Gambrinus. Antes de salir a la cita, el militar falaz se puso de acuerdo con su subalterno y aliado Blanquet, para que apresara al Gral. Felipe Ángeles, a quien había llamado. Cumplida esa trama, le pidió enviar una cuadrilla armada para exigir la dimisión del Presidente de la República y de su gabinete, si a esto los amenazados mostraban resistencia, serían arrestados hasta obtener sus renuncias.

Cerca de las dos de la tarde, el presidente Madero se encontraba en el salón de acuerdos, con algunos colaboradores; cuando de improviso, fueron interrumpidos por un teniente coronel, un mayor y un ayudante civil. El primero trató de persuadir con engaños al mandatario para que, lo acompañara a un lugar seguro, al no lograr convencerlo, intentó modos más violentos y lo forcejeó. Entonces, los presentes hicieron uso de sus pistolas y en la breve refriega, el teniente y el mayor cayeron muertos, el ayudante resultó con heridas en una mano. Del lado de los leales colaboradores, uno fue herido de gravedad, al interponerse entre el presidente y el civil, quien disparó al gobernante. Atrás de los secuestradores fallidos, venían unos soldados, pero al ver caídos a sus jefes, se retiraron en desorden.

Madero libró ese episodio; pero más tarde, Blanquet tomó del brazo al presidente y lo hizo su prisionero, con el apoyo de su tropa. También, los ministros fueron detenidos, sólo los asistentes pudieron escapar. Inmediatamente, Huerta recibió una llamada telefónica en el Gambrinus, para estar enterado del cumplimiento de sus funestas órdenes. Se excusó por la necesidad de retirarse, antes de partir, pidió a don Gustavo le prestara su pistola por haber olvidado la suya. Así, desarmó a su próxima víctima. En la salida del restaurant, mandó apresar a todos los comensales y ser remitidos a Palacio Nacional, provisionalmente. El personaje maquiavélico notificó al embajador Wilson la captura del presidente y sus ministros; además, rogaba extender esta noticia al mandatario estadounidense, al cuerpo diplomático y a los luchadores de La Ciudadela. 

A las siete de la noche, fueron puestos en libertad los detenidos durante el día; excepto, los hermanos Madero, el señor Pino Suárez, el intendente de Palacio Nacional, capitán de navío Adolfo Bassó y el general Felipe Ángeles. Los felicistas solicitaron la entrega de los presos; pero, Huerta envió sólo a don Gustavo y al capitán Bassó.

Más noche, un tribunal maquinado por Manuel Mondragón condenó a muerte a don Gustavo.  Vicente Casarrubias y Alfonso Taracena, en forma dramática, narran el martirio de este personaje: “Noventa o cien se abalanzaron sobre el indefenso prisionero; y a puntapiés, a bofetadas y a palos, lo llevaron al patio………. chorreando sangre, con el rostro descompuesto por los golpes, entre un coro diabólico de burlas y blasfemias, con los cabellos en desorden y las ropas destrozadas……. se aferró con ambas manos al marco de la puerta y ofreció dinero, suplicó a sus feroces victimarios que no lo mataran; recordó a su esposa y a sus hijos….. Los ciudadelos rieron y a cada frase le llamaban cobarde. Uno dio el ejemplo, un desertor del batallón 29 de apellido Melgarejo, con su bayoneta le sacó el único ojo que tenía. Ciego don Gustavo, lanzó un doloroso grito de terror y desesperación. Se encogió, con violencia de resorte, y luego, quedó mudo….”.

De esa forma espantosa, terminó la vida de un coahuilense del movimiento democrático de la Revolución Mexicana. Actualmente, una delegación política del Distrito Federal, en su honor, lleva su nombre.


                                                                                                                    R. W. B.


jueves, 13 de febrero de 2014

A 101 AÑOS DE LA DECENA TRÁGICA

A 101 AÑOS DE LA DECENA TRÁGICA

Intromisiones del Embajador Wilson  y Ataques a La Ciudadela

10 a 14 de Febrero de 1913
(Tercera Parte)

El mismo día de la asonada militar en contra del gobierno maderista, 9 de febrero de 1913, el señor Henry Lane Wilson, embajador de los Estados Unidos, telegrafió al Departamento de Estado de su país. Él informaba sobre el peligroso levantamiento de inconformes y sus exigencias particulares con reclamos para proteger a los extranjeros en México. A la vez agregaba, puesto que, Madero no daba las garantías exigidas para sus connacionales, él se había dirigido al jefe rebelde, Gral. Félix Díaz, por medio de un mensaje, para invitarlo a conversar. Wilson mostraba encono hacia el presidente, por no consultarlo en la toma de medidas políticas y por no haber aprobado su petición de emolumentos personales, semejantes a los que disfrutaba durante el régimen porfirista.

El lunes 10 de febrero, los capitalinos despertaron muy nerviosos por los sucesos violentos del día anterior. Imperaba una quietud disfrazada, no salieron periódicos, sólo había hojas sueltas informativas de los últimos acontecimientos, que eran compradas con avidez por los vecinos, los tranvías no circulaban, sólo transitaban las presurosas ambulancias; así como, los automóviles de militares y de diplomáticos, éstos portando banderas de sus países respectivos, para pedir respeto a sus ocupantes.  Había un silencio molesto, que presagiaba más violencia. 

Esa mañana, Madero y Felipe Ángeles entraron por el camino de Xochimilco, procedentes de Cuernavaca. Ellos fueron recibidos por el Ministro de Guerra, Ángel García Peña y el presidente le expresó su deseo de nombrar a Ángeles como jefe de la plaza, en sustitución de Huerta; pero, el ministro no aceptó la petición por respeto al escalafón militar. En la tarde, llegaron las fuerzas leales de Cuernavaca, cuatro regimientos de Celaya y Teotihuacan; además, las tropas de Querétaro, al mando de Guillermo Rubio Navarrete. En total seis mil hombres, para atacar a los rebeldes refugiados en La Ciudadela. De Toluca, llegó un telegrama urgente firmado por el Gral. Aureliano Blanquet, dirigido al presidente, para refutar el rumor que corría sobre su defección, pidiendo hacer pública su protesta. Madero confirmó la lealtad de Blanquet y se comprometió a hacer rectificaciones.

Ese día, la ecuánime Sra. Sara Pérez de Madero escribió a su esposo: “Querido Pancho mío: Voy a mandar a un propio con tu encargo y unas letritas sólo para decirte que estamos bien, que no te apures por mí. Toda la familia ha estado viniendo a preguntar qué se nos ofrece y a expresar su apoyo incondicional, algunos ministros también han enviado telegramas y cartas: Japón, Chile y el ministro Márquez Sterling, de Cuba……..  Por favor,  dime cuándo será prudente que te alcance para ir preparando lo necesario…….. Bueno, de todas maneras yo empacaré unas cuantas cosas para que, en caso de que requieras mi presencia, pueda movilizarme de inmediato. Recibe todo mi amor y que Dios te llene de bendiciones y te ilumine, para que puedas resolver esto lo antes posible y tenerte de nuevo a mi lado. Tu impaciente esposa, Sara. “. Desde su hogar, en el Castillo de Chapultepec, el presidente de México recibía ánimos para mantener firme su espíritu, ante la adversidad. Esa carta la recopiló María Enriqueta Beyer Obezo, para incluirla en su libro “Sara”.  

Por su parte, el embajador Wilson reanudó su campaña de desprestigio en contra del presidente Madero, al mandar mensajes exagerados con reportes falsos, para solicitar la intervención de Estados Unidos, mediante la movilización de tropas en la frontera y el envío de barcos de guerra e infantes de marina, prestos a desembarcar en puertos mexicanos.  

La mañana del martes 11, cerca de las 10:30, empezaron los ataques contra los amotinados en La Ciudadela. Huerta tomó disposiciones poco efectivas; por ejemplo, dio obuses de metralla al Gral. Ángeles cuyos disparos no causaban daño mayor a la fortaleza y un cuerpo montado de rurales recibió la orden absurda de atacar por el frente, el resultado fue una gran cantidad de cuerpos de hombres y caballos tirados en la calle. Las acciones bélicas de Huerta eran aparentes, parecía que su propósito era terminar con las fuerzas leales. Hubo más de quinientos hombres balaceados, unos muertos y otros heridos. Los investigadores aseguran que, más tarde, Huerta y Díaz se entrevistaron, para tomar acuerdos. Enseguida, se permitió el paso de víveres a los sitiados. Esto, molestó mucho al presidente y le exigió explicaciones al jefe de plaza; éste primero negó la acusación, luego los testigos lo contradijeron, ya en forma titubeante, Huerta respondió que era una estrategia para reunir a los enemigos y rematarlos. La desconfianza sobre su proceder crecía pero no era removido de su cargo. En la noche, disminuyó la intensidad de los balazos.    

Las noticias de los sucesos en la capital se esparcían por todo el país. Don Pablo González, quien se encontraba en Julimes, Chih., envió un telegrama al Gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, con el texto siguiente: “En vista de la noticia recibida hoy de México y de observaciones que comuniqué a usted en mi carta fechada en Meoqui el día 5, salgo en estos momentos rumbo a Coahuila, sin órdenes y sin aviso del Cuartel General de Chihuahua.”  En efecto, don Venustiano había dado instrucciones a Pablo González para que, al notar actos subversivos contrarios al gobierno de Madero, inmediatamente, regresara. Además, el gobernador envió mensaje al presidente, para ofrecerle alojo en el estado y enviarle fuerzas militares para combatir a los sublevados.

El miércoles 12, el fuego empezó desde las 6:00 a.m. Los felicistas lanzaron granadas a la Cárcel de Belem, ubicada en contra esquina de La Ciudadela,  de ese modo, lograron provocar un motín y un intento de fuga masiva, varios prófugos se unieron a los alzados. También, arrojaron explosivos a otros puntos para provocar escándalo y demostrar que el gobierno era incapaz de controlar la rebelión.  Huerta mandó su gente hacia rumbos, previamente, acordados con Díaz, para facilitar la aniquilación de los defensores maderistas. Inclusive, envió otra unidad de rurales montados, semejante a la del día anterior, para obtener resultados similares.  Las bajas de leales llegaron al centenar de caídos y numerosas víctimas civiles en el vecindario.   

Wilson se acompañó de los embajadores de España, Bernardo Cólogan y de Alemania, Paul Von Hintze, además traía poder escrito del ministro de Inglaterra, Francis W. Stronge, para entrevistarse con el presidente Madero y protestar en contra de la inhumana guerra en la ciudad capital. El dirigente de la comitiva exigió una suspensión de hostilidades. Luego, ellos visitaron a Félix Díaz, ante él se quejaron de los bombardeos en todas direcciones. El visitado respondió que, actuaba en defensa de los ataques del ejército federal y anunció que venían más hombres para unírsele, con el fin de concluir el alzamiento.

Por su parte, de modo falso, Wilson advirtió la próxima llegada de barcos de guerra estadounidenses a puertos mexicanos. Para conseguir sus fines, continuaba enviado reportes alarmantes sobre el pánico en la ciudad de México y exageraba las cifras de muertos y heridos. Sin embargo, en Washington, el presidente William Howard Taft declaró sus propósitos de no intervenir en los asuntos de México y en todo caso, no podría actuar sin la autorización del Congreso de Estados Unidos.  

El día siguiente, 13 de febrero, continuó el tiroteo y una bomba estalló en la Puerta Mariana, principal acceso a Palacio Nacional, causando la muerte de varios soldados. Eso demostraba que los felicistas tenían a su alcance ese objetivo. Empero también, sus bombas  llegaban a diversos puntos céntricos de la urbe. Esto fue reportado por el embajador de Estados Unidos a su país, en modo alarmista, añadiendo la descripción de un paisaje con nubes de polvo y humo en la zona centro del Distrito Federal. Aparte, comunicó informes falaces de varias ciudades, como Oaxaca, Puebla, Manzanillo, Veracruz y otras declaradas a favor de Félix Díaz. 

El viernes 14, el presidente preocupado por la continuación de hostilidades, decidió entrar en negociaciones con los rebelados. Para eso, solicitó la colaboración del embajador español, Cólogan y del Lic. Francisco León de la Barra, a quienes suplicó trasladarse a La Ciudadela a gestionar la suspensión de hostilidades de los insurrectos por un plazo de tres días. Cada uno fue por su parte, pero no hubo acuerdo alguno; pues, el jefe rebelde negó tratar sino renunciaban el Presidente, el Vicepresidente y los Secretarios de Estado. Más tarde, el Ministro de Relaciones Exteriores, Pedro Lascuráin y el Ministro de Guerra sugirieron al Presidente de México su renuncia. La tensión nerviosa de Madero empeoró al enterarse que, la casa de sus padres había sido incendiada esa tarde.

Para confirmar ese suceso, tranquilizarlo y mostrarle apoyo, la Sra. Madero hizo una redacción, en los términos siguientes: “Pancho de mi vida: Unas cuantas letras apresuradas para decirte que estamos todos bien. No te preocupes. Como ya debes de estar enterado, la chusma azuzada por los rebeldes, se atrevió atacar la casa de la calle de Berlín. Por fortuna, la familia había sido advertida y se refugiaron con amigos. De todas formas el susto ha sido grande ya que aventaron mechas prendidas con petróleo y todo ardió en minutos. Las pérdidas sólo son materiales…… Sabemos que la mayoría de la gente del pueblo está con tu gobierno……. entiendo que es imposible pedirte calma en estos momentos de angustia……. La única forma en que logro asimilarlo, es pensando que esta confrontación armada es necesaria para vencer a las fuerzas del mal, las opresoras de nuestro querido México, que no quieren entender que este país necesita un cambio radical para poder subsistir y se oponen a dejar a dejar las viejas prácticas de la dictadura; no quieren abstenerse de recibir canonjías……..  No son capaces de pensar en los demás, sólo en su ambición de bienestar material. Nuestro deber es ser fuertes y sólo conseguiremos la fortaleza necesaria, pidiéndole constantemente a nuestro Señor……. “.

Más tarde, la señora Sara le escribió otro mensaje, también fechado el 14 de febrero,  para advertirle lo siguiente: “Señor y esposo mío: Me interrumpieron para avisarme que el marchante que nos surte la verdura quería hablar con urgencia, pero sólo conmigo, que tenía información muy importante para nosotros…… Muy alterado me dijo que su tío le había confiado en secreto que hay mucho movimiento en La Ciudadela, que de madrugada, cuando todos duermen, los nuestros que vigilan el sitio.....  se van francos por unas dos horas o tres horas, y que en ese tiempo los de adentro les abren las puertas a unos marchantes de Xochimilco que les traen víveres……. no están sitiados como se nos ha hecho creer a toda la gente…… Te manda decir que el pueblo está contigo y que lo que tú mandes será obedecido sin falta. Ya no sé como pedirte que abras los ojos, mi cielo, hay un traidor junto a ti. Cuídate, te lo suplico…… “. 

La esposa fiel del mandatario comulgaba con sus ideales, en forma absoluta, colaboraba en su lucha y estaba pendiente de señalarle las medidas convenientes a tomar, para conseguir el triunfo de su causa. Ella estaba encerrada  en su hogar, el Castillo de Chapultepec; sobre éste expresó que, era demasiado grande para una mujer sola y manifestó su profundo anhelo por compartir esos días nefastos con su marido. 





R.W.B.