jueves, 13 de marzo de 2014

A MÁS DE DOS SIGLOS DEL INICIO DEL MOVIMIENTO DE INDEPENDENCIA

A MÁS DE DOS SIGLOS DEL INICIO DEL MOVIMIENTO DE INDEPENDENCIA

La Primera Etapa de la Guerra Insurgente.
(Primera Parte)

José M. Luna Lastra
Soc. Monclovense de Historia

Existe un tema que me resulta sumamente interesante y del cual mucho se ha escrito. Me refiero a los acontecimientos relacionados con la debacle sufrida por el ejército insurgente, en Acatita de Baján, a unos 60 kilómetros al sur de Monclova, en el mes de marzo de 1811, cuando un poco más de 200 hombres fueron capaces de capturar a un ejército de más de 900 hombres, conservadoramente hablando.

En esta ocasión voy a tratar de analizar particularmente los acontecimientos que se dieron en las amplias regiones del norte de la Nueva España y más específicamente en Coahuila, durante esa época de transición hacia el nacimiento de un país libre de toda dependencia de España.

Creo conveniente hacer un breve análisis de la situación que imperaba en el virreinato para poder comprender el porqué del surgimiento de los primeros brotes separatistas en esta gran colonia que España poseía al otro lado del Atlántico.

Hacia fines del siglo XVIII el gobierno virreinal central, así como los altos cargos de la Iglesia y el comercio exterior de la Nueva España, estaban en manos de los llamados españoles peninsulares, los nacidos en Europa. Los españoles nacidos en México (o lo que posteriormente se llamó México), llamados criollos (muchos de los cuales tenían sangre india en sus venas, pero estaban registrados como españoles), eran mineros, comerciantes o hacendados.

Los mestizos eran, en su mayoría, trabajadores asalariados y artesanos. Existía una cantidad relativamente pequeña de esclavos negros y mulatos. Los indios que estaban exentos  de los impuestos normales, así como de los diezmos a la Iglesia, pagaban a cambio un impuesto anual por cabeza llamado tributo. Vivían en sus pueblos bajo la protección y supervisión de autoridades especiales o bien como peones y jornaleros en haciendas y poblados.

Tanto los españoles peninsulares como los nacidos en México, eran considerados como caballeros. Muchos de ellos eran ricos y unos cuantos de los más ricos adquirieron títulos de nobleza de la Corona Española. Algunos criollos habían asistido a escuelas de enseñanza superior, pero tenían que conformarse con pequeños puestos gubernamentales, aunque frecuentemente solían ser más cultos que sus parientes nacidos en España, que eran los que gobernaban el país.

La casta de los criollos se sentía agraviada por esta discriminación y naturalmente comenzaron a exaltar la resistencia indígena y a aborrecer la conquista. Sus sentimientos solo esperaban la oportunidad para ser expresados.

Algo que acrecentó la animadversión de los criollos contra la dependencia de España, fue un decreto que promulgó la Corona a fines de 1804, mediante el cual todos los fondos eclesiásticos deberían ser entregados al Tesorero Real y este pagaría a partir de entonces, el 5% del capital requisado.

En virtud de que la mayoría de los fondos amortizados por la Corona a la Iglesia, estaban constituidos por hipotecas o préstamos garantizados con propiedades rurales, y a España lo que le interesaba era el dinero contante y sonante, obligó a todos aquellos que tenían adeudos con la Iglesia a que los cubrieran en un plazo no mayor de diez años.

La mayoría de los deudores (casi todos criollos), no pudieron cumplir con esta obligación por lo que sus bienes fueron siendo sacados a subasta para transformarlos en efectivo.

Mucha gente perdió para siempre su patrimonio y desarrolló una rabia impotente hacia la Corona que lo había despojado.

En 1808 llegaron a México noticias muy importantes que provenían de España. Manuel Godoy, el favorito real y Carlos IV,  habían caído y Fernando VII había asumido la Corona de España. En Madrid hubo un levantamiento popular contra el ejército francés que invadía la península. Este movimiento fue reprimido y finalmente Fernando VII fue apresado por Napoleón, quien lo obligó a abdicar.

La autoridad virreinal en México descansaba en la Corona de España; sin embargo el Rey estaba cautivo y nadie en la colonia consideró reconocer al usurpador francés.

El Virrey José de Iturrigaray se apartó de la causa española en la colonia que él gobernaba, debido a que España era incapaz de prestarle ayuda militar.

Una de sus primeras decisiones consistió en suspender la amortización de los bienes y los pagos forzados que habían sido impuestos por la Corona, pensando que con esta medida podría ganarse la voluntad de los criollos que constituían el sector de la población que representaba al grupo más descontento de los habitantes  de la colonia.

Los criollos, ya lo dijimos, eran los grandes hacendados y mineros. Solían ser también, los más fuertes consumidores de los artículos traídos de España que eran vendidos por los comerciantes peninsulares, siempre a precios muy altos. Si los criollos pudiesen adquirir de Inglaterra directamente los productos que necesitaban, estos les resultarían mucho más baratos, pero para ello requerían de un México libre, independiente de España.

Esta independencia habría dado al traste con los negocios de los grandes comerciantes peninsulares que acaparaban las importaciones de España, así que se vieron obligados a guardar lealtad a la madre patria, permaneciendo fieles a ella a pesar de que muchos estaban casados con hijos de criollos.

Cuando los españoles peninsulares advirtieron la posición del Virrey Iturrigaray respecto de la madre patria, decidieron deponerlo y para tal efecto un grupo de tropas de asalto formado por comerciantes españoles, al mando de uno de ellos de nombre Gabriel Joaquín de Yermo, asaltaron el palacio del Virrey el 15 de septiembre de 1808. Para el día 16 ya había sido instalado un nuevo Virrey de nombre Pedro de Garibay, quien gobernó en nombre del Rey Fernando VII, pero siempre dirigido por la Audiencia compuesta de españoles peninsulares.

Esta especie de golpe de estado empujó a la Nueva España hacia una revolución violenta.

El descontento de los criollos principió a manifestarse cada vez con mayor intensidad, sobre todo en la región del Bajío donde vivían pocos españoles peninsulares ya que la mayoría de estos radicaban en las ciudades de México, Querétaro, Puebla, Orizaba y Veracruz. La zona del Bajío era tierra de criollos y lógicamente las conspiraciones principiaron a surgir en estas regiones.

Por ejemplo, en septiembre de 1809 fue descubierta una conjura independentista en Valladolid (hoy Morelia), en la Intendencia de Michoacán, que fue encabezada por el teniente José Mariano Michelena. Todos los involucrados fueron detenidos y enviados a la ciudad de México donde el Virrey no encontró delito que perseguir y los puso en libertad, lo que le costó su destitución promovida por el partido de los españoles.

Sin embargo la conspiración que marcó el rumbo definitivo hacia la independencia, nació en Querétaro con la participación del mismo gobernador local, Miguel Domínguez, nativo de Guanajuato. Y especialmente de su esposa, doña María Josefa Ortiz.

El grupo de los conjurados estaba compuesto por criollos ricos, oficiales de la milicia y clérigos del bajo clero y entre estos últimos se encontraba   Miguel Hidalgo y Costilla, cura del pueblo de Dolores, perteneciente a la provincia de Guanajuato. También formaban parte del grupo los capitanes de la milicia Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Abasolo. Estas personas eran del pueblo de San Miguel el Grande, todos hijos de comerciantes vascos, con buena posición económica, siendo Abasolo el más rico de ellos.

La meta de este grupo era la independencia de México, disfrazada como una lucha para salvar a la Nueva España de las manos de Napoleón, para Fernando VII, el Rey legítimo. Este disfraz era necesario para que el movimiento independentista tuviera la colaboración de los indios ya que este importante grupo era indiferente al concepto de libertad, pero en cambio si lucharía para defender al Rey, su señor.

De repente, la conjura que estaba dispuesta para detonar a principios de octubre de 1810, fue descubierta.  El 13 de septiembre el gobierno puso bajo arresto o bajo vigilancia a los conjurados de Querétaro, incluyendo a doña Josefa Ortiz, quien fue encerrada bajo llave por su esposo, el Corregidor Domínguez.

Afortunadamente para el movimiento la valiente doña Josefa se las arregló para enviar un mensaje a los conspiradores de San Miguel. Avisados a tiempo, estos se apresuraron para dirigirse al pueblo de Dolores para consultar con Hidalgo y como no deseaban pasar el resto de sus días en un calabozo, aceptaron la decisión del cura en el sentido de sublevarse, con la firme creencia de que la justicia estaba de su parte.

Todos sabemos más o menos lo que pasó después. En las primeras horas del 16 de septiembre, Hidalgo reunió a sus feligreses y proclamó la revolución, convirtiéndose así en el caudillo de los insurgentes.

Las rejas de la prisión fueron abiertas; se arrestaron a los españoles locales y sus tiendas y sus casas fueron saqueadas. A estas alturas todavía no había muertos.

Hidalgo reunió a una multitud que ascendía a varios cientos y con ellos y sus compañeros, inició la Revolución Insurgente. Su primer movimiento fue hacia San Miguel el Grande. En el camino el cura tomó de la iglesia de Atotonilco un estandarte con la imagen de la Virgen de Guadalupe para utilizarlo como emblema revolucionario.

A partir de entonces el movimiento se caracterizó por el pillaje y el saqueo. La rebelión atraía a la chusma principalmente porque les daba la oportunidad de saquear; sin embargo se intentó organizar el ejército. En Celaya Hidalgo se convirtió en Capitán General de América; Allende, en lugarteniente de Hidalgo y el hermano de Hidalgo, don Mariano, fue nombrado Tesorero. A pesar de los intentos, no se pudo introducir mucho orden.










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