A MÁS DE DOS SIGLOS DEL INICIO DEL MOVIMIENTO DE
INDEPENDENCIA
La
Primera Etapa de la Guerra Insurgente.
(Primera Parte)
José M. Luna Lastra
Soc. Monclovense de
Historia
Existe
un tema que me resulta sumamente interesante y del cual mucho se ha escrito. Me
refiero a los acontecimientos relacionados con la debacle sufrida por el
ejército insurgente, en Acatita de Baján, a unos 60 kilómetros al sur
de Monclova, en el mes de marzo de 1811, cuando un poco más de 200 hombres fueron
capaces de capturar a un ejército de más de 900 hombres, conservadoramente
hablando.
En
esta ocasión voy a tratar de analizar particularmente los acontecimientos que
se dieron en las amplias regiones del norte de la Nueva España y más
específicamente en Coahuila, durante esa época de transición hacia el
nacimiento de un país libre de toda dependencia de España.
Creo
conveniente hacer un breve análisis de la situación que imperaba en el
virreinato para poder comprender el porqué del surgimiento de los primeros
brotes separatistas en esta gran colonia que España poseía al otro lado del
Atlántico.
Hacia
fines del siglo XVIII el gobierno virreinal central, así como los altos cargos
de la Iglesia y el comercio exterior de la Nueva España, estaban en manos de
los llamados españoles peninsulares, los nacidos en Europa. Los españoles
nacidos en México (o lo que posteriormente se llamó México), llamados criollos
(muchos de los cuales tenían sangre india en sus venas, pero estaban
registrados como españoles), eran mineros, comerciantes o hacendados.
Los
mestizos eran, en su mayoría, trabajadores asalariados y artesanos. Existía una
cantidad relativamente pequeña de esclavos negros y mulatos. Los indios que
estaban exentos de los impuestos
normales, así como de los diezmos a la Iglesia, pagaban a cambio un impuesto
anual por cabeza llamado tributo. Vivían en sus pueblos bajo la protección y
supervisión de autoridades especiales o bien como peones y jornaleros en
haciendas y poblados.
Tanto
los españoles peninsulares como los nacidos en México, eran considerados como
caballeros. Muchos de ellos eran ricos y unos cuantos de los más ricos
adquirieron títulos de nobleza de la Corona Española. Algunos criollos habían
asistido a escuelas de enseñanza superior, pero tenían que conformarse con
pequeños puestos gubernamentales, aunque frecuentemente solían ser más cultos
que sus parientes nacidos en España, que eran los que gobernaban el país.
La
casta de los criollos se sentía agraviada por esta discriminación y naturalmente
comenzaron a exaltar la resistencia indígena y a aborrecer la conquista. Sus
sentimientos solo esperaban la oportunidad para ser expresados.
Algo
que acrecentó la animadversión de los criollos contra la dependencia de España,
fue un decreto que promulgó la Corona a fines de 1804, mediante el cual todos
los fondos eclesiásticos deberían ser entregados al Tesorero Real y este
pagaría a partir de entonces, el 5% del capital requisado.
En
virtud de que la mayoría de los fondos amortizados por la Corona a la Iglesia,
estaban constituidos por hipotecas o préstamos garantizados con propiedades
rurales, y a España lo que le interesaba era el dinero contante y sonante,
obligó a todos aquellos que tenían adeudos con la Iglesia a que los cubrieran
en un plazo no mayor de diez años.
La
mayoría de los deudores (casi todos criollos), no pudieron cumplir con esta
obligación por lo que sus bienes fueron siendo sacados a subasta para
transformarlos en efectivo.
Mucha
gente perdió para siempre su patrimonio y desarrolló una rabia impotente hacia
la Corona que lo había despojado.
En
1808 llegaron a México noticias muy importantes que provenían de España. Manuel
Godoy, el favorito real y Carlos IV, habían caído y Fernando VII había asumido la
Corona de España. En Madrid hubo un levantamiento popular contra el ejército
francés que invadía la península. Este movimiento fue reprimido y finalmente
Fernando VII fue apresado por Napoleón, quien lo obligó a abdicar.
La
autoridad virreinal en México descansaba en la Corona de España; sin embargo el
Rey estaba cautivo y nadie en la colonia consideró reconocer al usurpador
francés.
El
Virrey José de Iturrigaray se apartó de la causa española en la colonia que él
gobernaba, debido a que España era incapaz de prestarle ayuda militar.
Una
de sus primeras decisiones consistió en suspender la amortización de los bienes
y los pagos forzados que habían sido impuestos por la Corona, pensando que con
esta medida podría ganarse la voluntad de los criollos que constituían el
sector de la población que representaba al grupo más descontento de los
habitantes de la colonia.
Los
criollos, ya lo dijimos, eran los grandes hacendados y mineros. Solían ser
también, los más fuertes consumidores de los artículos traídos de España que
eran vendidos por los comerciantes peninsulares, siempre a precios muy altos.
Si los criollos pudiesen adquirir de Inglaterra directamente los productos que
necesitaban, estos les resultarían mucho más baratos, pero para ello requerían
de un México libre, independiente de España.
Esta
independencia habría dado al traste con los negocios de los grandes
comerciantes peninsulares que acaparaban las importaciones de España, así que
se vieron obligados a guardar lealtad a la madre patria, permaneciendo fieles a
ella a pesar de que muchos estaban casados con hijos de criollos.
Cuando
los españoles peninsulares advirtieron la posición del Virrey Iturrigaray
respecto de la madre patria, decidieron deponerlo y para tal efecto un grupo de
tropas de asalto formado por comerciantes españoles, al mando de uno de ellos
de nombre Gabriel Joaquín de Yermo, asaltaron el palacio del Virrey el 15 de septiembre de 18 08.
Para el día 16 ya había sido instalado un nuevo Virrey de nombre Pedro de
Garibay, quien gobernó en nombre del Rey Fernando VII, pero siempre dirigido
por la Audiencia compuesta de españoles peninsulares.
Esta
especie de golpe de estado empujó a la Nueva España hacia una revolución
violenta.
El
descontento de los criollos principió a manifestarse cada vez con mayor
intensidad, sobre todo en la región del Bajío donde vivían pocos españoles
peninsulares ya que la mayoría de estos radicaban en las ciudades de México,
Querétaro, Puebla, Orizaba y Veracruz. La zona del Bajío era tierra de criollos
y lógicamente las conspiraciones principiaron a surgir en estas regiones.
Por
ejemplo, en septiembre de 1809 fue descubierta una conjura independentista en
Valladolid (hoy Morelia), en la Intendencia de Michoacán, que fue encabezada
por el teniente José Mariano Michelena. Todos los involucrados fueron detenidos
y enviados a la ciudad de México donde el Virrey no encontró delito que
perseguir y los puso en libertad, lo que le costó su destitución promovida por
el partido de los españoles.
Sin
embargo la conspiración que marcó el rumbo definitivo hacia la independencia,
nació en Querétaro con la participación del mismo gobernador local, Miguel
Domínguez, nativo de Guanajuato. Y especialmente de su esposa, doña María
Josefa Ortiz.
El
grupo de los conjurados estaba compuesto por criollos ricos, oficiales de la
milicia y clérigos del bajo clero y entre estos últimos se encontraba Miguel
Hidalgo y Costilla, cura del pueblo de Dolores, perteneciente a la provincia de
Guanajuato. También formaban parte del grupo los capitanes de la milicia Ignacio
Allende, Juan Aldama y Mariano Abasolo. Estas personas eran del pueblo de San
Miguel el Grande, todos hijos de comerciantes vascos, con buena posición
económica, siendo Abasolo el más rico de ellos.
La
meta de este grupo era la independencia de México, disfrazada como una lucha
para salvar a la Nueva España de las manos de Napoleón, para Fernando VII, el
Rey legítimo. Este disfraz era necesario para que el movimiento independentista
tuviera la colaboración de los indios ya que este importante grupo era
indiferente al concepto de libertad, pero en cambio si lucharía para defender
al Rey, su señor.
De
repente, la conjura que estaba dispuesta para detonar a principios de octubre
de 1810, fue descubierta. El 13 de
septiembre el gobierno puso bajo arresto o bajo vigilancia a los conjurados de
Querétaro, incluyendo a doña Josefa Ortiz, quien fue encerrada bajo llave por
su esposo, el Corregidor Domínguez.
Afortunadamente
para el movimiento la valiente doña Josefa se las arregló para enviar un
mensaje a los conspiradores de San Miguel. Avisados a tiempo, estos se
apresuraron para dirigirse al pueblo de Dolores para consultar con Hidalgo y
como no deseaban pasar el resto de sus días en un calabozo, aceptaron la
decisión del cura en el sentido de sublevarse, con la firme creencia de que la
justicia estaba de su parte.
Todos
sabemos más o menos lo que pasó después. En las primeras horas del 16 de
septiembre, Hidalgo reunió a sus feligreses y proclamó la revolución,
convirtiéndose así en el caudillo de los insurgentes.
Las
rejas de la prisión fueron abiertas; se arrestaron a los españoles locales y
sus tiendas y sus casas fueron saqueadas. A estas alturas todavía no había
muertos.
Hidalgo
reunió a una multitud que ascendía a varios cientos y con ellos y sus compañeros,
inició la Revolución Insurgente. Su primer movimiento fue hacia San Miguel el
Grande. En el camino el cura tomó de la iglesia de Atotonilco un estandarte con
la imagen de la Virgen de Guadalupe para utilizarlo como emblema
revolucionario.
A
partir de entonces el movimiento se caracterizó por el pillaje y el saqueo. La
rebelión atraía a la chusma principalmente porque les daba la oportunidad de
saquear; sin embargo se intentó organizar el ejército. En Celaya Hidalgo se
convirtió en Capitán General de América; Allende, en lugarteniente de Hidalgo y
el hermano de Hidalgo, don Mariano, fue nombrado Tesorero. A pesar de los
intentos, no se pudo introducir mucho orden.
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