domingo, 16 de marzo de 2014

A MÁS DE DOS SIGLOS DEL INICIO DEL MOVIMIENTO DE INDEPENDENCIA

A MÁS DE DOS SIGLOS DEL INICIO DEL MOVIMIENTO DE INDEPENDENCIA

La Primera Etapa de la Guerra Insurgente.
(Segunda Parte)

José M. Luna Lastra
Soc. Monclovense de Historia

La insurrección se extendió rápidamente por el Bajío. El Ejército Revolucionario (si se le hubiera podido llamar así) que ya se componía de 25000 hombres, llegó a Guanajuato.

El Intendente Juan Antonio Riaño gobernaba Guanajuato. Riaño e Hidalgo, junto con el Obispo Abad y Queipo, habían sido muy buenos amigos. Se reunían frecuentemente en la rica ciudad minera para charlar, sobre todo, de la cultura francesa que marcaba la vanguardia en lo que se refería a liberalismo. El Obispo simpatizaba extraoficialmente con la idea de que México se separara de la tutela española.

Muy por encima de su amistad con Hidalgo, Riaño se preparó para hacer frente a la horda de insurgentes que amenazaba a Guanajuato. Fortificó la impresionante Alhóndiga de Granaditas que él mismo había construido y se encerró ahí con los españoles locales y un batallón de la milicia.

Ya para cuando las huestes insurgentes amenazaban a la ciudad, el Cura Hidalgo había sido excomulgado por su antiguo amigo el Obispo electo de Valladolid, don Miguel Abad y Queipo. El documento que contenía la excomunión, fechado el 24 de septiembre, había sido colocado en las puertas de las principales iglesias del Bajío, pero esta medida no fue suficiente para hacer que el Cura de Dolores desistiera de tomar Guanajuato.

Emplazó al Intendente Riaño a rendir la plaza y al no obtener respuesta favorable, entró a la población el 28 de septiembre. Horas más tarde la masa insurgente, casi sin armas, tomó por asalto la Alhóndiga de Granaditas, acción en la que destacó el “Pípila”, humilde barretero de las minas del lugar.

Casi todos los ocupantes de la Alhóndiga fueron sacrificados, incluyendo al Intendente Riaño y su familia. La turba insurgente arrasó con las barras de plata y las monedas que tenían un valor de tres millones de pesos que ahí se guardaban. Algo de este botín llegó al Tesorero revolucionario de Hidalgo. La Alhóndiga de Granaditas todavía está ahí, testigo silencioso de la violencia. Si en algún momento existió la posibilidad de solucionar pacíficamente el conflicto, el baño de sangre de Guanajuato la canceló. Las masas indisciplinadas saqueaban por igual las propiedades de los españoles peninsulares que las de los criollos americanos, al grado de que los más ricos de estos últimos, decidieron alinearse con el Gobierno, contra los insurgentes.

Los insurgentes comandados por el Cura de Dolores, continuaron su ruta, ahora hacia el sur, hacia Valladolid, la ciudad donde había pasado sus días de estudiante, donde después fue profesor y rector de la Universidad Nicolaíta.

Valladolid había sido escenario de una conspiración en 1809, de la cual se derivó la de Querétaro. La ciudad, inclinada desde entonces a la independencia, se rindió sin resistencia el 16 de octubre de 1810, a las tropas insurgentes.

Hidalgo ya había capturado las más importantes ciudades del Bajío y estaba listo para dar el gran salto a la ciudad de México. A la cabeza de unas 80000 personas, llegó a las montañas que separan el Valle de México del de Toluca y en un lugar conocido como Monte de las Cruces, derrotó a un pequeño ejército peninsular comandado por Torcuato Trujillo, sin mayores problemas.

Ahora todo lo que tenía que hacer era entrar a la ciudad de México y tomarla, pero…, ¡no lo hizo!  No sabemos exactamente cuál fue el motivo. Inexplicablemente el Cura Hidalgo se dio vuelta a pesar de los reclamos de Allende que quería atacar la capital, y se dirigió a Guadalajara.

Se ha tratado de dilucidar qué fue lo que hizo desistir a Hidalgo de tomar la ciudad de México. Hay quienes opinan que estaba desilusionado porque los habitantes de la capital no se levantaron contra las autoridades y desanimado por los informes de que un ejército bien organizado se acercaba para socorrer a la gran ciudad, decidió no entrar en ella. Hidalgo hizo prevalecer su decisión sobre la de Allende que conocía más de tácticas bélicas pues era militar. Esta inexplicable retirada marcó el principio del distanciamiento de estos dos precursores de nuestra independencia.

En Guadalajara Hidalgo permaneció cosa de mes y medio y ahí se dedicó más que nada, a aclarar sus ideas y dar a conocer su programa a la Nación.

Con una imprenta a su disposición, proclamó la abolición del tributo de los indios e imprimió una serie de manifiestos que versaban sobre sus ideas libertadoras. Publicó también un periódico al que llamó “El Despertador Americano”.

Mientras esto hacía Hidalgo en Guadalajara, el adversario no había permanecido ocioso. Días después de la sublevación de Dolores, el Comandante del Ejército Realista en San Luis Potosí, Félix María Calleja, un español casado con una criolla adinerada, Dña. Francisca de Gándara, tomó el asunto en sus manos sin esperar instrucciones del Virrey. Confiscó los fondos de la Tesorería del gobierno potosino y con ellos organizó un pequeño y eficiente ejército, con el cual finalmente derrotó a Hidalgo.

Con sus tropas Calleja fue recapturando las ciudades que estaban en poder de los insurgentes y el 17 de enero de 1911 derrotó en el Puente de Calderón, al ejército mucho más numeroso pero mal equipado, indisciplinado y desorganizado del Cura Hidalgo.

Las maltrechas tropas insurgentes se dirigieron entonces a la ciudad de Zacatecas y en el camino hacia ese importante centro minero, en la Hacienda de Pabellón (Aguascalientes), Hidalgo fue despojado del mando militar del Ejército Insurgente por Ignacio Allende. A partir de entonces el Padre de la Patria solamente conservó cierta influencia política, pero en realidad acompañó al ejército en su camino hacia el norte como virtual prisionero de Allende.

Así las cosas, arribaron a Zacatecas y en ese lugar permanecieron solo unos cuantos días. Siempre acosados por los realistas, tuvieron que seguir su marcha, primero a Matehuala y posteriormente a Saltillo, lugar al cual llegaron el 10 de marzo.

Mariano Jiménez, uno de los más valientes soldados insurgentes, se había adelantado al grueso del ejército que ya comandaba el General Allende. Cuando Jiménez arribó a Saltillo, el Gobernador realista, Antonio Cordero y Bustamante, partió de Monclova a aquella ciudad para combatirlo, pero al momento de hacer contacto con las huestes insurgentes en el lugar conocido como Aguanueva, las tropas realistas se pasaron en masa al bando enemigo, dejando solo al Gobernador de la Provincia quien fue hecho prisionero por Jiménez.

Jiménez nombró entonces a   Pedro Aranda como Gobernador.

Aranda era un hacendado jalisciense que se había sumado a los insurgentes en Guadalajara. Era un hombre muy dado a las francachelas y le gustaba empinar el codo en exceso; sin embargo, le tocó en suerte ser el primer gobernador no realista de Coahuila.

Una vez en Saltillo, los insurgentes se reorganizaron en un ambiente relativamente seguro y se pusieron a trazar la ruta que deberían seguir en su camino hacia el norte. Algunos opinaban que se debería seguir la ruta Monterrey-Laredo, pero otros pensaban que, sería más seguro conducirse por Río Grande (Guerrero, Coah.).

Mientras tanto la contra revolución, había principiado a organizarse sigilosamente en Santa Rosa (Múzquiz, Coah.), promovida por don Manuel Royuela, Tesorero Real, que había escapado de Saltillo con los fondos de la Tesorería, que ascendían a unos 300,000 pesos en plata, cuando la ciudad fue ocupada por Jiménez. Royuela fue un hombre probo y fiel al Rey y así se mantuvo mientras le fue posible. Fue hecho prisionero y confinado a Santa Rosa por el Gobernador Aranda y ahí principió a idear un movimiento contra revolucionario con el fin de capturar al ejército insurgente.

Este movimiento se extendió a Monclova y a pesar de que los conjurados se juntaron repetidamente para tramar sus planes, el Gobernador Aranda nunca se dio cuenta de ello.

Las reuniones se celebraban en la casa de   Tomas Flores quien era el administrador del Estanco del Tabaco y en ellas participaban Ignacio Elizondo, Pedro Nolasco Carrasco (su suegro), Simón de Herrera y otras personas notables de la población como José de Rábago, Benigno Vela, el Canónigo Sánchez Navarro y su hermano Melchor que por entonces era el administrador del Correo, los capitanes retirados Manuel de la Garza y José María Uranga.

Como resultado de estas juntas contra revolucionarias, surgió todo un plan, elaborado estratégicamente para capturar a todo el ejército insurgente en su camino hacia el norte.

La primera parte del plan, consistía en la captura del Gobernador Aranda, acto que fue consumado sin mayor esfuerzo, por un piquete de soldados comandados por Ignacio Elizondo.

El Dr. José María de la Fuente en su libro “Hidalgo Intimo”, afirma que Aranda fue aprehendido en la casa de la familia de don Ignacio Castro que... “es una casa baja que existe aun, aunque ya está en ruinas, situada en el extremo sureste de la ciudad, en la calle que antes se llamaba del Molino del Coate, hoy calle de Juárez, entre Pedro Aranda y el callejón del Mesón
(conocido también como el Callejón de la Soledad), por la acera oriental”...

Pero volvamos a Saltillo donde habíamos dejado al ejército insurgente preparándose para salir hacia el norte.

A mediados de marzo habían arribado a Saltillo procedentes de Monclova, dos personajes que los insurgentes conocían: me refiero al Barón de Bastrop y a Sebastián Rodríguez.

Estas personas habían sido enviadas a Saltillo en calidad de espías por los contra revolucionarios y llevaban la encomienda de infundir confianza a los insurgentes y proponerles que su camino hacia el norte fuera siguiendo la ruta que pasaba por Monclova, donde los estarían esperando el Gobernador Aranda, con sus soldados insurgentes.

Jiménez y Allende consideraron segura la ruta propuesta por los espías y el 16 de marzo de 1811 partió el grueso del maltrecho y cansado ejército insurgente, hacia el norte.

En Saltillo había quedado don Ignacio López Rayón al mando de un destacamento con objeto de cuidar la retaguardia. La jornada a Monclova que suponían en poder insurgente, sería de unas 40 leguas que cubrirían en unos seis días.







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