A MÁS DE DOS SIGLOS DEL INICIO DEL MOVIMIENTO DE
INDEPENDENCIA
La
Primera Etapa de la Guerra Insurgente.
(Segunda
Parte)
José M. Luna Lastra
Soc. Monclovense de
Historia
La
insurrección se extendió rápidamente por el Bajío. El Ejército Revolucionario
(si se le hubiera podido llamar así) que ya se componía de 25000 hombres, llegó
a Guanajuato.
El Intendente Juan Antonio Riaño gobernaba Guanajuato.
Riaño e Hidalgo, junto con el Obispo Abad y Queipo, habían sido muy buenos
amigos. Se reunían frecuentemente en la rica ciudad minera para charlar, sobre
todo, de la cultura francesa que marcaba la vanguardia en lo que se refería a
liberalismo. El Obispo simpatizaba extraoficialmente con la idea de que México
se separara de la tutela española.
Muy
por encima de su amistad con Hidalgo, Riaño se preparó para hacer frente a la
horda de insurgentes que amenazaba a Guanajuato. Fortificó la impresionante
Alhóndiga de Granaditas que él mismo había construido y se encerró ahí con los
españoles locales y un batallón de la milicia.
Ya para cuando las huestes insurgentes amenazaban a la
ciudad, el Cura Hidalgo había sido excomulgado por su antiguo amigo el Obispo
electo de Valladolid, don Miguel Abad y Queipo. El documento que contenía la
excomunión, fechado el 24 de septiembre, había sido colocado en las puertas de
las principales iglesias del Bajío, pero esta medida no fue suficiente para
hacer que el Cura de Dolores desistiera de tomar Guanajuato.
Emplazó
al Intendente Riaño a rendir la plaza y al no obtener respuesta favorable,
entró a la población el 28 de septiembre. Horas más tarde la masa insurgente,
casi sin armas, tomó por asalto la Alhóndiga de Granaditas, acción en la que
destacó el “Pípila”, humilde barretero de las minas del lugar.
Casi
todos los ocupantes de la Alhóndiga fueron sacrificados, incluyendo al
Intendente Riaño y su familia. La turba insurgente arrasó con las barras de
plata y las monedas que tenían un valor de tres millones de pesos que ahí se
guardaban. Algo de este botín llegó al Tesorero revolucionario de Hidalgo. La
Alhóndiga de Granaditas todavía está ahí, testigo silencioso de la violencia.
Si en algún momento existió la posibilidad de solucionar pacíficamente el
conflicto, el baño de sangre de Guanajuato la canceló. Las masas indisciplinadas
saqueaban por igual las propiedades de los españoles peninsulares que las de
los criollos americanos, al grado de que los más ricos de estos últimos,
decidieron alinearse con el Gobierno, contra los insurgentes.
Los
insurgentes comandados por el Cura de Dolores, continuaron su ruta, ahora hacia
el sur, hacia Valladolid, la ciudad donde había pasado sus días de estudiante,
donde después fue profesor y rector de la Universidad Nicolaíta.
Valladolid
había sido escenario de una conspiración en 1809, de la cual se derivó la de
Querétaro. La ciudad, inclinada desde entonces a la independencia, se rindió
sin resistencia el 16
de octubre de 18 10, a las tropas insurgentes.
Hidalgo ya había capturado las más importantes ciudades
del Bajío y estaba listo para dar el gran salto a la ciudad de México. A la
cabeza de unas 80000 personas, llegó a las montañas que separan el Valle de
México del de Toluca y en un lugar conocido como Monte de las Cruces, derrotó a
un pequeño ejército peninsular comandado por Torcuato Trujillo, sin mayores
problemas.
Ahora
todo lo que tenía que hacer era entrar a la ciudad de México y tomarla, pero…, ¡no
lo hizo! No sabemos exactamente cuál fue
el motivo. Inexplicablemente el Cura Hidalgo se dio vuelta a pesar de los
reclamos de Allende que quería atacar la capital, y se dirigió a Guadalajara.
Se
ha tratado de dilucidar qué fue lo que hizo desistir a Hidalgo de tomar la
ciudad de México. Hay quienes opinan que estaba desilusionado porque los
habitantes de la capital no se levantaron contra las autoridades y desanimado
por los informes de que un ejército bien organizado se acercaba para socorrer a
la gran ciudad, decidió no entrar en ella. Hidalgo hizo prevalecer su decisión
sobre la de Allende que conocía más de tácticas bélicas pues era militar. Esta
inexplicable retirada marcó el principio del distanciamiento de estos dos
precursores de nuestra independencia.
En
Guadalajara Hidalgo permaneció cosa de mes y medio y ahí se dedicó más que
nada, a aclarar sus ideas y dar a conocer su programa a la Nación.
Con
una imprenta a su disposición, proclamó la abolición del tributo de los indios
e imprimió una serie de manifiestos que versaban sobre sus ideas libertadoras.
Publicó también un periódico al que llamó “El Despertador Americano”.
Mientras esto hacía Hidalgo en Guadalajara, el
adversario no había permanecido ocioso. Días después de la sublevación de
Dolores, el Comandante del Ejército Realista en San Luis Potosí, Félix
María Calleja, un español casado con una criolla adinerada, Dña. Francisca de
Gándara, tomó el asunto en sus manos sin esperar instrucciones del Virrey.
Confiscó los fondos de la Tesorería del gobierno potosino y con ellos organizó
un pequeño y eficiente ejército, con el cual finalmente derrotó a Hidalgo.
Con
sus tropas Calleja fue recapturando las ciudades que estaban en poder de los
insurgentes y el 17
de enero de 19 11 derrotó en el Puente de Calderón, al ejército
mucho más numeroso pero mal equipado, indisciplinado y desorganizado del Cura
Hidalgo.
Las
maltrechas tropas insurgentes se dirigieron entonces a la ciudad de Zacatecas y
en el camino hacia ese importante centro minero, en la Hacienda de Pabellón
(Aguascalientes), Hidalgo fue despojado del mando militar del Ejército
Insurgente por Ignacio Allende. A partir de entonces el Padre de la Patria
solamente conservó cierta influencia política, pero en realidad acompañó al
ejército en su camino hacia el norte como virtual prisionero de Allende.
Así
las cosas, arribaron a Zacatecas y en ese lugar permanecieron solo unos cuantos
días. Siempre acosados por los realistas, tuvieron que seguir su marcha,
primero a Matehuala y posteriormente a Saltillo, lugar al cual llegaron el 10
de marzo.
Mariano Jiménez, uno de los más valientes soldados
insurgentes, se había adelantado al grueso del ejército que ya comandaba el
General Allende. Cuando Jiménez arribó a Saltillo, el Gobernador realista, Antonio
Cordero y Bustamante, partió de Monclova a aquella ciudad para combatirlo, pero
al momento de hacer contacto con las huestes insurgentes en el lugar conocido
como Aguanueva, las tropas realistas se pasaron en masa al bando enemigo,
dejando solo al Gobernador de la Provincia quien fue hecho prisionero por
Jiménez.
Jiménez
nombró entonces a Pedro Aranda como Gobernador.
Aranda
era un hacendado jalisciense que se había sumado a los insurgentes en
Guadalajara. Era un hombre muy dado a las francachelas y le gustaba empinar el
codo en exceso; sin embargo, le tocó en suerte ser el primer gobernador no
realista de Coahuila.
Una
vez en Saltillo, los insurgentes se reorganizaron en un ambiente relativamente
seguro y se pusieron a trazar la ruta que deberían seguir en su camino hacia el
norte. Algunos opinaban que se debería seguir la ruta Monterrey-Laredo, pero
otros pensaban que, sería más seguro conducirse por Río Grande (Guerrero,
Coah.).
Mientras
tanto la contra revolución, había principiado a organizarse sigilosamente en
Santa Rosa (Múzquiz, Coah.), promovida por don Manuel Royuela, Tesorero Real,
que había escapado de Saltillo con los fondos de la Tesorería, que ascendían a
unos 300,000 pesos en plata, cuando la ciudad fue ocupada por Jiménez. Royuela
fue un hombre probo y fiel al Rey y así se mantuvo mientras le fue posible. Fue
hecho prisionero y confinado a Santa Rosa por el Gobernador Aranda y ahí
principió a idear un movimiento contra revolucionario con el fin de capturar al
ejército insurgente.
Este
movimiento se extendió a Monclova y a pesar de que los conjurados se juntaron
repetidamente para tramar sus planes, el Gobernador Aranda nunca se dio cuenta
de ello.
Las
reuniones se celebraban en la casa de Tomas Flores quien era el administrador del
Estanco del Tabaco y en ellas participaban Ignacio Elizondo, Pedro Nolasco
Carrasco (su suegro), Simón de Herrera y otras personas notables de la
población como José de Rábago, Benigno Vela, el Canónigo Sánchez Navarro y su
hermano Melchor que por entonces era el administrador del Correo, los capitanes
retirados Manuel de la Garza y José María Uranga.
Como
resultado de estas juntas contra revolucionarias, surgió todo un plan,
elaborado estratégicamente para capturar a todo el ejército insurgente en su
camino hacia el norte.
La
primera parte del plan, consistía en la captura del Gobernador Aranda, acto que
fue consumado sin mayor esfuerzo, por un piquete de soldados comandados por
Ignacio Elizondo.
El
Dr. José María de la Fuente en su libro “Hidalgo Intimo”, afirma que Aranda fue
aprehendido en la casa de la familia de don Ignacio Castro que... “es una casa
baja que existe aun, aunque ya está en ruinas, situada en el extremo sureste de
la ciudad, en la calle que antes se llamaba del Molino del Coate, hoy calle de
Juárez, entre Pedro Aranda y el callejón del Mesón
(conocido
también como el Callejón de la Soledad), por la acera oriental”...
Pero
volvamos a Saltillo donde habíamos dejado al ejército insurgente preparándose
para salir hacia el norte.
A
mediados de marzo habían arribado a Saltillo procedentes de Monclova, dos
personajes que los insurgentes conocían: me refiero al Barón de Bastrop y a
Sebastián Rodríguez.
Estas
personas habían sido enviadas a Saltillo en calidad de espías por los contra
revolucionarios y llevaban la encomienda de infundir confianza a los
insurgentes y proponerles que su camino hacia el norte fuera siguiendo la ruta
que pasaba por Monclova, donde los estarían esperando el Gobernador Aranda, con
sus soldados insurgentes.
Jiménez y Allende consideraron segura la ruta propuesta
por los espías y el 16
de marzo de 18 11 partió el grueso del maltrecho y cansado ejército
insurgente, hacia el norte.
En
Saltillo había quedado don Ignacio López Rayón al mando de un destacamento con
objeto de cuidar la retaguardia. La jornada a Monclova que suponían en poder
insurgente, sería de unas 40 leguas que cubrirían en unos seis días.
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