A MÁS DE DOS SIGLOS DEL INICIO DEL MOVIMIENTO DE
INDEPENDENCIA
La
Primera Etapa de la Guerra Insurgente.
(Tercera
Parte)
José M. Luna Lastra
Soc. Monclovense de
Historia
La caravana partió de Saltillo por el rumbo de San
Nicolás de la Capellanía (Ramos Arizpe) y ese día pernoctaron en la Hacienda de
Santa María. Al amanecer del día 17 reemprendieron la marcha, subieron la
pendiente de la Cuesta del Cabrito y los más avanzados, en la tarde, llegaron a
la Hacienda de Mesillas. A este lugar siguieron llegando grupos durante toda la
noche y en la mañana del lunes 18 continuaron su camino.
Los de la vanguardia llegaron hasta la Hacienda de
Anhelo y los rezagados se quedaron en Paredón. El día 19 realizaron el trayecto
más largo y difícil ya que avanzaron cosa de 40 kilómetros entre
crestones y desfiladeros, hasta llegar a la ranchería de Espinazo. El miércoles
20 de marzo los grupos delanteros avanzaron hasta La Joya y los demás acamparon
en otros puntos. Todos venían hambrientos, con sed y sumamente cansados; los
terrenos que ahora transitaban, distaban mucho de parecerse a las campiñas del
Bajío.
Cuando
Elizondo advirtió la proximidad de los insurgentes, partió hacia Baján
acompañado de unos 200 hombres. A ese lugar llegaron el 20 de marzo por la
mañana. La noche de ese día envió un emisario con una carta dirigida a Mariano
Jiménez, firmada por el secretario de Aranda, en la que le informaba que se les
estaría esperando en Norias de Baján para darles escolta. En la madrugada del
21 de marzo, Elizondo se adelantó con 50 jinetes y los distribuyó en el camino a manera de
comitiva de recibimiento para los insurgentes.
Fray
Gregorio de la Concepción (un religioso dominico) y unos acompañantes,
aparecieron como vanguardia del ejército rebelde y de inmediato fueron
apresados. Detrás de ellos venía un grupo comandado por un teniente originario
de Saltillo que, pasada la columna de Elizondo, fueron intimidados por Vicente
Flores (hijo de Tomas Flores) para su rendición. Ante la
negativa del teniente y en un intento por tomar su pistola, fue victimado por
Flores. Los demás soldados se rindieron.
En
seguida venían carruajes, con largos trechos entre unos y otros; los cuatro
primeros eran ocupados por mujeres y por clérigos.
En el quinto coche viajaban los generales Allende,
Jiménez, Arias, Juan Ignacio Ramón, Indalecio Allende (hijo de Ignacio) y una
mujer. A una señal de Elizondo, fueron rodeados por Vicente Flores y su gente y
se les ordenó entregar las armas en nombre del Rey. Allende abrió fuego con su
pistola pero la respuesta fue una descarga que mató a Indalecio e hirió de
gravedad al Gral. Arias.
Ya
desarmados y debidamente atados los caudillos, fueron enviados a Baján en el
mismo coche en que venían y bajo una fuerte guardia.
En
el siguiente coche viajaban unos frailes y los dos agentes que habían sido
enviados a Saltillo como espías: Sebastián Rodríguez y el Barón de Bastrop.
Después
de cinco carruajes más, se vio llegar a lo lejos uno que fue identificado por
los prisioneros como el que ocupaba don Miguel Hidalgo, pero cuando se detuvo,
se dieron cuenta de que el cura no se hallaba entre los pasajeros. Por fin, a
la distancia, se le vio acercarse montado en un caballo negro, acompañado de un
clérigo y al frente de una partida de 40 soldados.
Elizondo les formó valla, mandó a sus hombres presentar
armas y los dejó pasar. Al llegar a donde estaba Tomas
Flores y su gente, de inmediato fueron rodeados y se les ordenó rendirse.
Hidalgo trató de sacar su pistola al tiempo que Vicente Flores le sujetaba el
brazo y le decía: ... “si piensa usted en hacer armas, es perdido, porque
ahorita le hará fuego la tropa y acabará con todos”... Ahí acabó todo.
Solamente
uno de los principales jefes insurgentes logró evadirse y fue este José Rafael
Iriarte quien, con el grueso de la caballería, protegía la retaguardia. Iriarte
que a lo lejos presenciaba la rendición, acobardado y al frente de sus hombres,
regresó a Saltillo. A su llegada don Ignacio López Rayón le formó un consejo de
guerra y lo fusiló en las afueras de la población, en el arroyo que lleva su
nombre.
Esa noche fue de gran inquietud para los realistas
acampados en Baján. Los hombres se dividieron en cinco guardias: una, en la
casa destinada a los generales y clérigos prisioneros; otra, para las cargas de
plata y reales; otra para los soldados insurgentes; una más para las mujeres y la
ultima para la vigilancia de todas las mulas y caballos.
Finalmente,
para tranquilidad de Elizondo, entre las nueve y las diez de la noche llegaron
los refuerzos de Monclova con más de 400 hombres, al mando de Pedro Nolasco
Carrasco y del Teniente Coronel Salcedo.
Al
día siguiente los jefes, clérigos, frailes y mujeres, fueron llevados a
Monclova en los 14 coches que les habían capturado. El resto de los prisioneros
hicieron el viaje a pie, maniatados y con collera.
Así
terminó para desgracia de los insurgentes, una de las operaciones más exitosas
en la historia de la guerra. En unas cuantas horas menos de 400 hombres, sin
haber sufrido una sola baja, capturaron a unos 900 enemigos, entre los que se
contaban sus principales caudillos, gran cantidad de pertrechos, 27 cañones y
un inmenso botín que según las cuentas de don Manuel Royuela ascendía a 177,369
pesos mas real y medio y la plata en barras que pesaba 96,478 marcos, poco más
de 22 toneladas de plata. Todo este tesoro requirió para su transporte no menos
de 220 mulas robustas.
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