miércoles, 26 de marzo de 2014

A 101 AÑOS DEL PLAN DE GUADALUPE

A 101 AÑOS DEL PLAN DE GUADALUPE

Ramón Williamson Bosque
Sociedad Monclovense de Historia, A. C.
Cronista de Monclova

El martes 18 de febrero de 1913, el presidente Francisco I Madero, el vicepresidente José María Pino Suárez y colaboradores leales al gobierno legítimo fueron apresados en Palacio Nacional. Los intrigantes maquinaron un ardid y a ellos se adhirió el Gral. Victoriano Huerta, recientemente, nombrado jefe de armas de la plaza para defender a las autoridades constitucionales. En forma inmediata, este aciago personaje giró un telegrama a todos los gobernadores de la república, para avisar que los mandatarios estaban presos y que el Senado lo había autorizado a  asumir la Presidencia de México. Aunque hubo algunos estados que no vieron adecuadas esas acciones, sólo en Coahuila se hicieron los preparativos legales y bélicos, para contrarrestar la usurpación de poderes y las violaciones al constitucionalismo.

En efecto, Venustiano Carranza, gobernante coahuilense, en cuanto se enteró de la noticia, citó a los diputados locales para explicarles la gravedad del caso; pues, era urgente contrarrestar las acciones contrarias a la legitimidad y al decoro nacional.  Así con prontitud, el día siguiente, miércoles 19, don Venustiano emitió un oficio dirigido a la XXII Legislatura del Estado de Coahuila, una circular para excitar al movimiento reivindicador y un decreto, para desconocer al usurpador Huerta. En este último se plasmaron los dos principios básicos de rechazo a la imposición, que fueron el desconocimiento de Victoriano Huerta, en su carácter de Jefe del Poder Ejecutivo de la República; y, la concesión de facultades extraordinarias a Carranza para organizar fuerzas armadas, listas a combatir a las que sostenían el régimen espurio y coadyuvar a la recuperación del orden constitucional en el país. Asimismo, en ese documento, se incitaba a los gobernadores de las demás entidades y a jefes de tropas federales para secundar las medidas tomadas en Coahuila.

El jueves 20, don Venustiano telegrafió al Senado de la República, para advertir su desconocimiento a Huerta, en base a la autorización concedida por el Congreso de Coahuila. Sin embargo, los integrantes del gobierno impostor tomaron protesta ese día.

Eso no amedrantó a los legisladores coahuilenses y editaron circulares para declarar los actos ilegales violatorios al constitucionalismo nacional. Se editó una circular para excitar al movimiento legitimista y se preocuparon por su difusión. El presidente del Congreso, Atilano Barrera, originario de  Abasolo, entregó copias de ese texto a dos diputados sonorenses, Roberto V. Pesqueira y Adolfo de la Huerta, el primero de la legislatura federal y el segundo miembro del órgano legislativo local de Sonora, procedentes de la ciudad de México. Ellos pasaron por Estación Monclova, el 21 de febrero de 1913, con intención de dirigirse a su entidad, iban temerosos de ser víctimas de las tropelías cometidas por el usurpador Huerta, en los días del cuartelazo. En esa localidad ferrocarrilera, los diputados solicitaron una conferencia telegráfica a Saltillo, con el gobernador Carranza, quien no contestó en forma personal; sólo mandó decirles que, ya se había dirigido al gobernador de Sonora, José María Maytorena, animándolo a cumplir su deber cívico y en caso de que no diera respuesta afirmativa, los diputados debían iniciar el movimiento armado en su estado. Éstos contestaron en forma positiva, quedando a las órdenes del movimiento encabezado por Carranza, del cual ya estaban enterados. Don Venustiano agradeció la disposición patriótica de esos legisladores.

Ese viernes 21, el Cónsul de Estados Unidos en Saltillo, Philip Holland, acatando instrucciones del embajador Henry Lane Wilson, visitó a Carranza para persuadirlo a reconocer a Huerta. Existe confusión si el intérprete, señor J. L. Silliman, no entendió bien lo declarado o si el gobernante expresó algo ambiguo, con el propósito de aventajar tiempo en los preparativos para su lucha. El caso fue que Silliman telegrafió, para reportar que el gobernador estaba conforme con el nuevo gobierno. 

La noche del sábado 22 de febrero de 1913, se consumó el magnicidio perpetrado en forma confabulada y cobarde. El domingo, la población capitalina  despertó sobresaltada por la infausta noticia, sin creer las versiones oficiales pueriles de los sucesos. Como pólvora encendida, la nefasta novedad cundió por todo el territorio nacional y más allá de las fronteras.

Entre los mexicanos, imperaba la necesidad de lavar la vergonzosa deshonra; esa misma fecha, el Gobernador de Coahuila vistió el traje de campaña, montó un magnífico caballo azabache, salió de Saltillo y se dirigió a Ramos Arizpe; ahí, dictó un telegrama al presidente Taft, para expresarle el injustificado reconocimiento que el mandatario estadounidense acababa de hacer al gobierno emanado de la traición y el crimen.

Carranza regresó a Saltillo, para dar disposiciones a sus subalternos y salió con doscientos hombres al mando de Luis Garfias y Francisco Coss, rumbo a Monclova, donde ya estaban Jesús Carranza y Cesáreo Castro, procedente de Torreón; entretanto, Pablo González, marchaba de Meoqui, Chih. al punto señalado y fuerzas dispersas dejaban diversas estaciones de ferrocarril, entre Saltillo y Piedras Negras, al ser concentradas por Lucio Blanco y Francisco Sánchez Herrera.  

Carranza pasó revista a las fuerzas de Garfias, Jacinto B. Treviño, Aldo Baroni y Alejo González, el 22 de febrero; además, envió a los diputados locales a Monclova. La madrugada del 25, volvió a Saltillo, donde recibió presiones de gobernadores de otros estados y amigos personales, para que desistiera de sus intentos de rebelión. Contrario a esas sugerencias, él giró órdenes a sus seguidores para prepararse a una larga lucha y  bloquear las comunicaciones utilizables para el ejército federal. Mientras, su gente siguió concentrándose en Monclova.

El caudillo seguía con sus preparativos en su jurisdicción; él estuvo en Arteaga del 27 de febrero al 3 de marzo, con el propósito de volver a Saltillo, cuando fuera necesario y escuchar propuestas de representantes del nuevo gobierno. De ahí, pasó a Ramos Arizpe y el 5, salió al norte. Ya entonces, había conseguido un empréstito de $300,000.00 pesos de diferentes bancos de Coahuila y Nuevo León.

Con amigos leales de don Venustiano, al mando de soldados entusiastas, pero inexpertos y con poca preparación, se integró el grupo naciente de constitucionalistas, quienes fueron sorprendidos por el ejército federal en Anhelo, el 7 de marzo. En ese primer enfrentamiento los revolucionarios huyeron en desbandada. Y aunque, volvieron atacar a los federales, nuevamente, fueron rechazados. Entonces, por la vía del tren, siguieron a Monclova. Ahí, del 8 al 16 de marzo,  Carranza preparó la contraofensiva. 

El jefe revolucionario volvió al sur y en Ramos Arizpe fue informado de una próxima llegada de un destacamento militar huertista. Él protegió a su gente en la sierra de Arteaga, donde les dio instrucciones estratégicas. Atacaron la pequeña guarnición del gobierno de Saltillo, pero la llegada anunciada de tropas del gobierno, los obligó a retirarse por el camino a Monclova.

Las fallas en los ataques bélicos empezaron a desanimar a los rebeldes; entonces, se decidió imponer una guía general política. El atardecer del 25, llegaron a hacienda de Guadalupe; el día siguiente, 26 de marzo de 1913, firmaron un pacto con el Gobierno Constitucional de Coahuila y el pueblo mexicano, mancillado por la usurpación, lo llamaron Plan de Guadalupe.
 
Ese plan era un manifiesto a la nación y constaba de siete artículos para rechazar a las autoridades espurias de los poderes ejecutivo y legislativo, así como a los gobiernos estatales, que continuaran reconociendo a  esos mandos federales; así también, se acordaba crear un ejército restaurador del constitucionalismo, para cumplir con esos propósitos patrióticos. Esta bandera fue enarbolada por don Venustiano Carranza para tomar las armas, al convocar a demás estados a secundar su plan, con el objetivo de reinstalar la legitimidad en México.







                                                                                                                                              



martes, 25 de marzo de 2014

A MÁS DE DOS SIGLOS DEL INICIO DEL MOVIMIENTO DE INDEPENDENCIA

A MÁS DE DOS SIGLOS DEL INICIO DEL MOVIMIENTO DE INDEPENDENCIA

La Primera Etapa de la Guerra Insurgente.
(Cuarta Parte)

José M. Luna Lastra
Soc. Monclovense de Historia


Hidalgo y los demás jefes arribaron a Monclova el sábado 22 de marzo de 1811. A las cinco de la tarde de ese día, se encontraban entrando a la población, a la altura de “El Puertecito”. Desde la hora en que arribaron, hasta la mañana del 26 de marzo, el Cura Hidalgo y sus seguidores estuvieron en la por entonces capital de la provincia de Coahuila, en calidad de prisioneros.

Por aquel tiempo Monclova era una somnolienta población de poco más de 5000 habitantes, incluyendo sus haciendas.

Volviendo a Pedro Aranda, decíamos que este hombre bonachón, asumió la gubernatura de la Provincia comisionado por el Gral. Mariano Jiménez, así que entró a la villa de Santiago de la Monclova el 18 de enero de 1811, al mando de 500 hombres.

Comentábamos también como surgió la contra revolución en la Provincia y de como para el 17 de marzo, a escasos de dos meses de haber asumido el cargo de Gobernador, Aranda fue hecho prisionero por los confabulados, al mando de Ignacio Elizondo.

El doctor José María de la Fuente, historiador originario de Monclova, en su libro “Hidalgo Intimo”, afirma que Aranda fue aprehendido por el Cor. Elizondo en la casa de don Ignacio Castro que.... “es una casa baja que existe aun, aunque ya está en ruinas, situada en el extremo sureste de la ciudad, en la calle que antes se llamaba del Molino de Coate, hoy Calle de Juárez”..  El doctor Regino Ramón, otro distinguido historiador de Monclova, por su parte afirma que la casa estaba situada, efectivamente, por la Calle Juárez, entre Pedro Aranda y el Callejón del Mesón (conocido también como el Callejón de la Soledad), por la acera oriental.

Una vez que Aranda fue hecho prisionero, se procedió a crear una Junta de Gobierno que fue presidida por don Simón de Herrera, teniendo como Secretario a don Bernardo Villamil. Esta Junta que dejó de funcionar el 25 de marzo, tuvo a su cargo la coordinación del movimiento contra revolucionario en su fase de las acciones de Baján, la recepción de los prisioneros en Monclova, y el despacho de los cabecillas a la ciudad de Chihuahua.

Sobre la recepción que el pueblo de Monclova dispensó a los precursores de la independencia, existen varias versiones. El doctor de la Fuente menciona que el Gobernador Herrera dictó ordenes para que la población se engalanara con objeto de recibir triunfalmente al Coronel Elizondo, que conducía a los prisioneros, pero que a pesar de sus instrucciones ... “solo algunos edificios de las calles por donde debían pasar los prisioneros y las casas de los empleados, ostentaban algunos adornos y por esto, muchos vecinos fueron multados y algunos encarcelados, lo que acabó por darle a la ciudad un aspecto triste y sombrío; si bien a la hora en que entró la tropa, la plaza y las calles del tránsito estaban llenas de gente, esta no había ido ahí a celebrar el triunfo, sino a conocer a Hidalgo y a regar con sus lágrimas el camino de la desgracia que recorría el héroe y sus compañeros de infortunio”...

Por su parte el doctor Ramón afirma que Elizondo y sus prisioneros.... “fueron recibidos a las cinco de la tarde en el Puertecito por Herrera y todos los miembros de la Junta de Seguridad, con una ruidosa manifestación de música y comparsa del populacho que aclamaba ruidosamente al Rey y daban mueras a los prisioneros, llamándoles traidores y excomulgados, con disparos de fusiles, cohetes y repiques al vuelo de todos los templos”...

En un intento por razonar este aspecto, conviene hacer un esfuerzo por situarnos en la época en que se desarrollaron los acontecimientos y tal vez podamos comprender que por aquellos días, Hidalgo, Allende, los Aldama, Abasolo y Jiménez, eran solamente unos proscritos que subvertían el orden de un país eminentemente realista y que además, llegaban precedidos de una fama que los señalaba como crueles y despiadados saqueadores. La gente sabía que los insurgentes en tan solo seis meses, habían dado muestra de su falta de piedad, cometiendo una serie de excesos, sobre todo con los españoles peninsulares que caían en sus manos, y en estas circunstancias, su captura tuvo que ser recibida con júbilo por la mayoría de los habitantes de la Colonia. Quizá la versión del doctor Ramón sea la más apegada a la realidad.

La gente de Monclova indudablemente salió a recibir al contingente, pero debió hacerlo, más que nada, por mera curiosidad y muy difícilmente para .. “derramar su llanto en el camino que recorría el Cura de Dolores”.. que había permitido el degüello de cientos de prisioneros capturados en su campaña por el Bajío.

Es justo señalar un reconocimiento a la figura de Hidalgo, pero de un Hidalgo sin mitos, en su justa dimensión humana y por lo tanto, sujeta a las debilidades que caracterizan al hombre. Este Hidalgo ciertamente es muy distinto al que nos ha presentado durante mucho tiempo, la historia oficial.

Pues este Padre Hidalgo, con toda su humanidad, entró en la villa de Santiago de la Monclova a eso de las seis de la tarde del 22 de marzo de 1811 y lo hizo por el Camino Real que conducía a Saltillo, hoy conocido como Calle Zaragoza. La comitiva llegó hasta la esquina del Callejón de los Nogales (hoy Calle Abasolo) y dobló hacia la derecha. Más o menos a mediación de la cuadra por la acera norte, se encontraba una forja a la sombra de un gran nogal. De acuerdo con la tradición oral, este fue el sitio en el que Elizondo ordenó se le fabricaran y colocaran los grilletes a Hidalgo y los demás jefes insurgentes. De la misma forma es sabido que la forja pertenecía a un vecino de ascendencia francesa llamado Marcos Marchant que tuvo a su cargo la fabricación de los grilletes. Sin embargo el doctor de la Fuente en su citado libro “Hidalgo Intimo”, señala que la herrería era conocida como la fragua del Tío Diego y que el herrero don Nicolás Mascorro fue el encargado de poner los grillos a los prisioneros.

Una vez debidamente asegurados, los prisioneros siguieron adelante por el Callejón de los Nogales, hasta la siguiente esquina, donde cruzaba la Calle de la Garita, hoy conocida como Hidalgo y por esta vía fueron conducidos hasta la Plaza de Armas que a esas horas ya debería estar en penumbras.

El doctor de la Fuente dice que en la Plaza de Armas.… “formaron varios grupos con los presos para repartirlos en las prisiones; a unos los pusieron en la cárcel, a otros en La Purísima, antigua capilla castrense situada por Zaragoza; a otros más los pusieron en el Cuartel General de la Compañía Presidial y el resto lo llevaron con Hidalgo y los jefes principales al Hospital”...  Y aquí surge otra discrepancia.

El doctor Ramón dice que.... “el Cura Hidalgo, Allende, Jiménez, Balleza, don Juan Aldama y don José María Chico, todos los sacerdotes y clérigos y los licenciados y primos don Ramón y don Manuel Garcés, fueron llevados a la casa del Estanco del Tabaco que se había mandado preparar con este fin, en donde quedaron presos con doble guardia y con centinelas de vista, casa que quedaba cerca de la plaza principal, frente a la de don Antonio de Cárdenas y a un cuarto de manzana bajando al rastro”.

Esta casa ostentó mucho tiempo una placa que señalaba que había sido prisión de Hidalgo, pero en los últimos años, antes de su demolición fue retirada debido a que supuestamente consignaba un error histórico.

Por otra parte don Daniel Menchaca quien fue el primer Cronista de Monclova, siempre sostuvo la teoría de que el Padre Hidalgo y demás jefes, fueron prisioneros en la Capilla de la Purísima que, como ya se dijo, era un pequeño templo utilizado por los soldados y construido por el Camino Real, a un lado del Palacio del Gobernador.

En el terreno de las posibilidades, cualquiera de las versiones puede ser cierta o, al menos, parcialmente cierta; sin embargo hasta ahora no ha sido posible localizar ningún documento que confirme a uno de estos lugares como la prisión de Hidalgo.

Lo que no admite discusión, es que los aproximadamente 900 prisioneros insurgentes capturados en Baján, tuvieron que ser distribuidos en diversos edificios de la población, ocupando el Hospital la mayoría de ellos por ser el de más capacidad. Desde luego el Cuartel de la Guardia, la Cárcel y la Capilla de la Purísima, pudieron ser otros de estos lugares improvisados como prisiones.

Existen unas memorias que escribió el soldado insurgente Pedro García, en las cuales relata que la mayoría de los prisioneros fueron confinados en el Hospital en condiciones de salubridad sumamente precarias.

El doctor de la Fuente es muy categórico al opinar que el Hospital Real (Museo Coahuila y Texas), fue la prisión del Cura Hidalgo. Cuando describe el edificio que apenas once años antes de los acontecimientos de Baján, había sido puesto en servicio por el Gobernador Cordero, señala que ... “entrando al zaguán, está, a la derecha, el departamento que fue la administración, el cual se componía de una sala y varias piezas que siguen de esta hacia el norte, y tanto estas como la sala, tienen grandes ventanas rasgadas que se abren a dos metros de altura sobre el nivel del piso y dan vista a la plaza (Ignacio Aldama). En este departamento fue donde estuvieron presos Hidalgo, Allende, Jiménez, don Juan Aldama y don Mariano Hidalgo, hermano del Cura. Hidalgo ocupó la sala y los otros presos las demás piezas; el resto del Hospital lo ocuparon los demás jefes y oficiales, los sacerdotes y parte de la tropa y los que allí no cupieron, los pusieron en la Cárcel”.

El éxito obtenido en Baján originó una serie de celebraciones oficiales en la villa de Monclova. El doctor Ramón dice que el 23 de marzo, con este fin se dijo ... “en la Parroquia de Santiago, con la asistencia del Gobernador, cabildo y principales jefes y empleados políticos y militares, una misa solemne, acompañada con salvas de fusilería y música (...) en la cual predicó el señor Cura de San Buenaventura, don José María Galindo; y en la tarde del propio día, después del rosario, se organizó una gran procesión presidida por el Gobernador Herrera que llevaba a sus lados al Teniente Coronel don Manuel Salcedo y al Capitán Ignacio Elizondo, siguiéndose un piquete de tropa, con las armas a la generala, y luego la Virgen de Zapopan llevada en andas por los miembros de la Junta gobernadora, para así retornarla de la Parroquia a su Santuario”...

Como suele hacerlo en sus trabajos, el doctor Ramón no menciona la fuente de información, ni tampoco dice nada respecto de la reacción del pueblo de Monclova ante esta celebración; sin embargo, deja entrever que, en general, a los habitantes de la villa les disgustó que la venerada imagen de la Virgen, fuera utilizada para festejar la captura de los insurgentes.

Así transcurrió el segundo día de la estancia del Padre Hidalgo en Monclova que por entonces debió estar sacudida por los acontecimientos que vivía.

Don Regino Ramón al afirmar que los jefes insurgentes habían sido encerrados en la casa del Estanco del Tabaco, dice que estos fueron tratados con bastantes consideraciones ya que disponían de espacio y suficientes alimentos. Afirmaba el doctor que ... “de muy distinto modo fueron tratados los presos alojados en el Estanco: Herrera mandó arreglar con anticipación esa casa, con camas y los muebles más indispensables, y allí mismo puso varias mujeres para que prepararan una abundante y buena alimentación para los ilustres cautivos que se esperaban; por otra parte varias señoras de la buena sociedad, movidas por su espíritu de piedad y filantropía, mandaron más camas, cobijas y alimentos, contándose entre ellas la señora doña María Antonia Galindo, esposa que fue del señor Lic. Don Rafael Eca y Múzquiz, y doña María Ignacia Montemayor, hermana del Beneficiado de ésta, Bachiller don Juan Francisco Montemayor (Cura Párroco de Monclova). Ambas apreciables damas conservan como precioso recuerdo de aquella legendaria época, la primera una mascada de seda negra con el monograma del señor Cura Hidalgo bordado en una esquina, y la segunda, una taza en la que tomó chocolate el Padre Hidalgo cuando estuvo prisionero en esta ciudad (Monclova)”.

Desde que don Simón de Herrera se enteró de que el ejército insurgente había sido capturado, procedió a dar aviso a la Comandancia General de las Provincias Internas que tenía su sede en la ciudad de Chihuahua y de inmediato se principiaron a efectuar los arreglos necesarios para trasladar  a los cabecillas hasta aquella capital. Amaneció el 24 de marzo que marcaba el cuarto día de cautiverio de los insurgentes en Monclova. El doctor de la Fuente nos dice que, ese día por la mañana... “pusieron una mesa y sillas en el patio del Hospital y ahí se sentaron el Gobernador don Simón de Herrera, don Manuel Salcedo y el secretario Villamil, con el fin de formar las listas de los presos que debían ser conducidos a Chihuahua y Durango para ser juzgados, que fueron todos los principales, y la de menos importancia que debían quedar en Monclova. La primera lista comprendía 63 individuos en este orden: Ocho clérigos, comprendiendo entre ellos a Hidalgo, cuatro religiosos y 51 seculares entre los que se contaban Allende, Jiménez, Aldama, Abasolo y todos los principales caudillos”.
Debemos recordar que el doctor de la Fuente es quien afirma que fue el Hospital y no la casa del Estanco del Tabaco, la cárcel de los insurgentes, incluyendo a los jefes.

Como se podrá ver, continúan las contradicciones entre los doctores de la Fuente y Ramón, ahora por lo que se refiere al número de integrantes de la lista de prisioneros que fueron conducidos a Chihuahua, ya que mientras el primero afirma que fueron 63, el segundo indica que fueron solamente 39. En este caso, habría que tomar como más creíble la cifra señalada por el doctor Ramón, debido a que (ahora sí) cita algunas fuentes que le dan fuerza a su versión, entre ellas, un comunicado dirigido por Juan de Castañeda al Brigadier don Bernardo Bonavía, Gobernador de Durango, que está fechado en Parras el 7 de abril de 1811. En este mensaje Castañeda avisa que conduce a Durango a un total de cuatro religiosos y seis clérigos para que sean juzgados en dicho lugar y cita los nombres de cada uno de ellos. La lista del doctor de la Fuente comprende cuatro religiosos y ocho clérigos, incluyendo a Hidalgo entre estos últimos. Las listas son muy parecidas, sin embargo el doctor Ramón se apoya en un documento mientras que de la Fuente no lo hace.

La mayor discrepancia se presenta en el caso de los seculares pues el doctor de la Fuente afirma que fueron 51, mientras que el doctor Ramón dice que solamente fueron 29 y al hablar de las penas que estos recibieron al ser juzgados en Chihuahua, cita el nombre de cada uno de ellos, principiando con el de don Miguel Hidalgo (quien a pesar de ser un clérigo, no fue conducido a Durango). La cifra señalada por el doctor Ramón se parece a la que indica Riva Palacio en su obra “México a través de los Siglos”. Este renombrado historiador dice que fueron 24 los procesados en Chihuahua y  ... “algunos otros”.

La noche del 25 de marzo fue la última que pasaron en Monclova los caudillos de la insurgencia. Muy temprano del siguiente día, los prisioneros fueron sacados de sus calabozos y debidamente asegurados emprendieron el largo camino que los habría de conducir hasta Chihuahua. El doctor Ramón narra detalladamente las condiciones en que los precursores de nuestra independencia fueron conducidos y su relato no deja de producir sentimientos de conmiseración por todos aquellos hombres que soñaron con un México libre de la dominación española.


Así transcurrieron los acontecimientos que de buenas a primeras hicieron figurar a la pequeña villa de Monclova, en el mapa del Virreinato. Como se podrá concluir, existen muchos aspectos pendientes de aclarar o quizá nunca podrán aclararse. Sin embargo, para poder juzgar los hechos de Baján, habría que tratar de situarse en aquellos días que sucedieron, olvidándonos un poco de la historia oficial.  


jueves, 20 de marzo de 2014

A MÁS DE DOS SIGLOS DEL INICIO DEL MOVIMIENTO DE INDEPENDENCIA

A MÁS DE DOS SIGLOS DEL INICIO DEL MOVIMIENTO DE INDEPENDENCIA

La Primera Etapa de la Guerra Insurgente.
(Tercera Parte)

José M. Luna Lastra
Soc. Monclovense de Historia


La caravana partió de Saltillo por el rumbo de San Nicolás de la Capellanía (Ramos Arizpe) y ese día pernoctaron en la Hacienda de Santa María. Al amanecer del día 17 reemprendieron la marcha, subieron la pendiente de la Cuesta del Cabrito y los más avanzados, en la tarde, llegaron a la Hacienda de Mesillas. A este lugar siguieron llegando grupos durante toda la noche y en la mañana del lunes 18 continuaron su camino.

Los de la vanguardia llegaron hasta la Hacienda de Anhelo y los rezagados se quedaron en Paredón. El día 19 realizaron el trayecto más largo y difícil ya que avanzaron cosa de 40 kilómetros entre crestones y desfiladeros, hasta llegar a la ranchería de Espinazo. El miércoles 20 de marzo los grupos delanteros avanzaron hasta La Joya y los demás acamparon en otros puntos. Todos venían hambrientos, con sed y sumamente cansados; los terrenos que ahora transitaban, distaban mucho de parecerse a las campiñas del Bajío.

Cuando Elizondo advirtió la proximidad de los insurgentes, partió hacia Baján acompañado de unos 200 hombres. A ese lugar llegaron el 20 de marzo por la mañana. La noche de ese día envió un emisario con una carta dirigida a Mariano Jiménez, firmada por el secretario de Aranda, en la que le informaba que se les estaría esperando en Norias de Baján para darles escolta. En la madrugada del 21 de marzo, Elizondo se adelantó con 50 jinetes  y los distribuyó en el camino a manera de comitiva de recibimiento para los insurgentes.

Fray Gregorio de la Concepción (un religioso dominico) y unos acompañantes, aparecieron como vanguardia del ejército rebelde y de inmediato fueron apresados. Detrás de ellos venía un grupo comandado por un teniente originario de Saltillo que, pasada la columna de Elizondo, fueron intimidados por Vicente Flores (hijo de   Tomas Flores) para su rendición. Ante la negativa del teniente y en un intento por tomar su pistola, fue victimado por Flores. Los demás soldados se rindieron.

En seguida venían carruajes, con largos trechos entre unos y otros; los cuatro primeros eran ocupados por mujeres y por clérigos.

En el quinto coche viajaban los generales Allende, Jiménez, Arias, Juan Ignacio Ramón, Indalecio Allende (hijo de Ignacio) y una mujer. A una señal de Elizondo, fueron rodeados por Vicente Flores y su gente y se les ordenó entregar las armas en nombre del Rey. Allende abrió fuego con su pistola pero la respuesta fue una descarga que mató a Indalecio e hirió de gravedad al Gral. Arias.

Ya desarmados y debidamente atados los caudillos, fueron enviados a Baján en el mismo coche en que venían y bajo una fuerte guardia.

En el siguiente coche viajaban unos frailes y los dos agentes que habían sido enviados a Saltillo como espías: Sebastián Rodríguez y el Barón de Bastrop.

Después de cinco carruajes más, se vio llegar a lo lejos uno que fue identificado por los prisioneros como el que ocupaba don Miguel Hidalgo, pero cuando se detuvo, se dieron cuenta de que el cura no se hallaba entre los pasajeros. Por fin, a la distancia, se le vio acercarse montado en un caballo negro, acompañado de un clérigo y al frente de una partida de 40 soldados.

Elizondo les formó valla, mandó a sus hombres presentar armas y los dejó pasar. Al llegar a donde estaba   Tomas Flores y su gente, de inmediato fueron rodeados y se les ordenó rendirse. Hidalgo trató de sacar su pistola al tiempo que Vicente Flores le sujetaba el brazo y le decía: ... “si piensa usted en hacer armas, es perdido, porque ahorita le hará fuego la tropa y acabará con todos”...  Ahí acabó todo.

Solamente uno de los principales jefes insurgentes logró evadirse y fue este José Rafael Iriarte quien, con el grueso de la caballería, protegía la retaguardia. Iriarte que a lo lejos presenciaba la rendición, acobardado y al frente de sus hombres, regresó a Saltillo. A su llegada don Ignacio López Rayón le formó un consejo de guerra y lo fusiló en las afueras de la población, en el arroyo que lleva su nombre.

Esa noche fue de gran inquietud para los realistas acampados en Baján. Los hombres se dividieron en cinco guardias: una, en la casa destinada a los generales y clérigos prisioneros; otra, para las cargas de plata y reales; otra para los soldados insurgentes; una más para las mujeres y la ultima para la vigilancia de todas las mulas y caballos.

Finalmente, para tranquilidad de Elizondo, entre las nueve y las diez de la noche llegaron los refuerzos de Monclova con más de 400 hombres, al mando de Pedro Nolasco Carrasco y del Teniente Coronel Salcedo.

Al día siguiente los jefes, clérigos, frailes y mujeres, fueron llevados a Monclova en los 14 coches que les habían capturado. El resto de los prisioneros hicieron el viaje a pie, maniatados y con collera.


Así terminó para desgracia de los insurgentes, una de las operaciones más exitosas en la historia de la guerra. En unas cuantas horas menos de 400 hombres, sin haber sufrido una sola baja, capturaron a unos 900 enemigos, entre los que se contaban sus principales caudillos, gran cantidad de pertrechos, 27 cañones y un inmenso botín que según las cuentas de don Manuel Royuela ascendía a 177,369 pesos mas real y medio y la plata en barras que pesaba 96,478 marcos, poco más de 22 toneladas de plata. Todo este tesoro requirió para su transporte no menos de 220 mulas robustas.



domingo, 16 de marzo de 2014

A MÁS DE DOS SIGLOS DEL INICIO DEL MOVIMIENTO DE INDEPENDENCIA

A MÁS DE DOS SIGLOS DEL INICIO DEL MOVIMIENTO DE INDEPENDENCIA

La Primera Etapa de la Guerra Insurgente.
(Segunda Parte)

José M. Luna Lastra
Soc. Monclovense de Historia

La insurrección se extendió rápidamente por el Bajío. El Ejército Revolucionario (si se le hubiera podido llamar así) que ya se componía de 25000 hombres, llegó a Guanajuato.

El Intendente Juan Antonio Riaño gobernaba Guanajuato. Riaño e Hidalgo, junto con el Obispo Abad y Queipo, habían sido muy buenos amigos. Se reunían frecuentemente en la rica ciudad minera para charlar, sobre todo, de la cultura francesa que marcaba la vanguardia en lo que se refería a liberalismo. El Obispo simpatizaba extraoficialmente con la idea de que México se separara de la tutela española.

Muy por encima de su amistad con Hidalgo, Riaño se preparó para hacer frente a la horda de insurgentes que amenazaba a Guanajuato. Fortificó la impresionante Alhóndiga de Granaditas que él mismo había construido y se encerró ahí con los españoles locales y un batallón de la milicia.

Ya para cuando las huestes insurgentes amenazaban a la ciudad, el Cura Hidalgo había sido excomulgado por su antiguo amigo el Obispo electo de Valladolid, don Miguel Abad y Queipo. El documento que contenía la excomunión, fechado el 24 de septiembre, había sido colocado en las puertas de las principales iglesias del Bajío, pero esta medida no fue suficiente para hacer que el Cura de Dolores desistiera de tomar Guanajuato.

Emplazó al Intendente Riaño a rendir la plaza y al no obtener respuesta favorable, entró a la población el 28 de septiembre. Horas más tarde la masa insurgente, casi sin armas, tomó por asalto la Alhóndiga de Granaditas, acción en la que destacó el “Pípila”, humilde barretero de las minas del lugar.

Casi todos los ocupantes de la Alhóndiga fueron sacrificados, incluyendo al Intendente Riaño y su familia. La turba insurgente arrasó con las barras de plata y las monedas que tenían un valor de tres millones de pesos que ahí se guardaban. Algo de este botín llegó al Tesorero revolucionario de Hidalgo. La Alhóndiga de Granaditas todavía está ahí, testigo silencioso de la violencia. Si en algún momento existió la posibilidad de solucionar pacíficamente el conflicto, el baño de sangre de Guanajuato la canceló. Las masas indisciplinadas saqueaban por igual las propiedades de los españoles peninsulares que las de los criollos americanos, al grado de que los más ricos de estos últimos, decidieron alinearse con el Gobierno, contra los insurgentes.

Los insurgentes comandados por el Cura de Dolores, continuaron su ruta, ahora hacia el sur, hacia Valladolid, la ciudad donde había pasado sus días de estudiante, donde después fue profesor y rector de la Universidad Nicolaíta.

Valladolid había sido escenario de una conspiración en 1809, de la cual se derivó la de Querétaro. La ciudad, inclinada desde entonces a la independencia, se rindió sin resistencia el 16 de octubre de 1810, a las tropas insurgentes.

Hidalgo ya había capturado las más importantes ciudades del Bajío y estaba listo para dar el gran salto a la ciudad de México. A la cabeza de unas 80000 personas, llegó a las montañas que separan el Valle de México del de Toluca y en un lugar conocido como Monte de las Cruces, derrotó a un pequeño ejército peninsular comandado por Torcuato Trujillo, sin mayores problemas.

Ahora todo lo que tenía que hacer era entrar a la ciudad de México y tomarla, pero…, ¡no lo hizo!  No sabemos exactamente cuál fue el motivo. Inexplicablemente el Cura Hidalgo se dio vuelta a pesar de los reclamos de Allende que quería atacar la capital, y se dirigió a Guadalajara.

Se ha tratado de dilucidar qué fue lo que hizo desistir a Hidalgo de tomar la ciudad de México. Hay quienes opinan que estaba desilusionado porque los habitantes de la capital no se levantaron contra las autoridades y desanimado por los informes de que un ejército bien organizado se acercaba para socorrer a la gran ciudad, decidió no entrar en ella. Hidalgo hizo prevalecer su decisión sobre la de Allende que conocía más de tácticas bélicas pues era militar. Esta inexplicable retirada marcó el principio del distanciamiento de estos dos precursores de nuestra independencia.

En Guadalajara Hidalgo permaneció cosa de mes y medio y ahí se dedicó más que nada, a aclarar sus ideas y dar a conocer su programa a la Nación.

Con una imprenta a su disposición, proclamó la abolición del tributo de los indios e imprimió una serie de manifiestos que versaban sobre sus ideas libertadoras. Publicó también un periódico al que llamó “El Despertador Americano”.

Mientras esto hacía Hidalgo en Guadalajara, el adversario no había permanecido ocioso. Días después de la sublevación de Dolores, el Comandante del Ejército Realista en San Luis Potosí, Félix María Calleja, un español casado con una criolla adinerada, Dña. Francisca de Gándara, tomó el asunto en sus manos sin esperar instrucciones del Virrey. Confiscó los fondos de la Tesorería del gobierno potosino y con ellos organizó un pequeño y eficiente ejército, con el cual finalmente derrotó a Hidalgo.

Con sus tropas Calleja fue recapturando las ciudades que estaban en poder de los insurgentes y el 17 de enero de 1911 derrotó en el Puente de Calderón, al ejército mucho más numeroso pero mal equipado, indisciplinado y desorganizado del Cura Hidalgo.

Las maltrechas tropas insurgentes se dirigieron entonces a la ciudad de Zacatecas y en el camino hacia ese importante centro minero, en la Hacienda de Pabellón (Aguascalientes), Hidalgo fue despojado del mando militar del Ejército Insurgente por Ignacio Allende. A partir de entonces el Padre de la Patria solamente conservó cierta influencia política, pero en realidad acompañó al ejército en su camino hacia el norte como virtual prisionero de Allende.

Así las cosas, arribaron a Zacatecas y en ese lugar permanecieron solo unos cuantos días. Siempre acosados por los realistas, tuvieron que seguir su marcha, primero a Matehuala y posteriormente a Saltillo, lugar al cual llegaron el 10 de marzo.

Mariano Jiménez, uno de los más valientes soldados insurgentes, se había adelantado al grueso del ejército que ya comandaba el General Allende. Cuando Jiménez arribó a Saltillo, el Gobernador realista, Antonio Cordero y Bustamante, partió de Monclova a aquella ciudad para combatirlo, pero al momento de hacer contacto con las huestes insurgentes en el lugar conocido como Aguanueva, las tropas realistas se pasaron en masa al bando enemigo, dejando solo al Gobernador de la Provincia quien fue hecho prisionero por Jiménez.

Jiménez nombró entonces a   Pedro Aranda como Gobernador.

Aranda era un hacendado jalisciense que se había sumado a los insurgentes en Guadalajara. Era un hombre muy dado a las francachelas y le gustaba empinar el codo en exceso; sin embargo, le tocó en suerte ser el primer gobernador no realista de Coahuila.

Una vez en Saltillo, los insurgentes se reorganizaron en un ambiente relativamente seguro y se pusieron a trazar la ruta que deberían seguir en su camino hacia el norte. Algunos opinaban que se debería seguir la ruta Monterrey-Laredo, pero otros pensaban que, sería más seguro conducirse por Río Grande (Guerrero, Coah.).

Mientras tanto la contra revolución, había principiado a organizarse sigilosamente en Santa Rosa (Múzquiz, Coah.), promovida por don Manuel Royuela, Tesorero Real, que había escapado de Saltillo con los fondos de la Tesorería, que ascendían a unos 300,000 pesos en plata, cuando la ciudad fue ocupada por Jiménez. Royuela fue un hombre probo y fiel al Rey y así se mantuvo mientras le fue posible. Fue hecho prisionero y confinado a Santa Rosa por el Gobernador Aranda y ahí principió a idear un movimiento contra revolucionario con el fin de capturar al ejército insurgente.

Este movimiento se extendió a Monclova y a pesar de que los conjurados se juntaron repetidamente para tramar sus planes, el Gobernador Aranda nunca se dio cuenta de ello.

Las reuniones se celebraban en la casa de   Tomas Flores quien era el administrador del Estanco del Tabaco y en ellas participaban Ignacio Elizondo, Pedro Nolasco Carrasco (su suegro), Simón de Herrera y otras personas notables de la población como José de Rábago, Benigno Vela, el Canónigo Sánchez Navarro y su hermano Melchor que por entonces era el administrador del Correo, los capitanes retirados Manuel de la Garza y José María Uranga.

Como resultado de estas juntas contra revolucionarias, surgió todo un plan, elaborado estratégicamente para capturar a todo el ejército insurgente en su camino hacia el norte.

La primera parte del plan, consistía en la captura del Gobernador Aranda, acto que fue consumado sin mayor esfuerzo, por un piquete de soldados comandados por Ignacio Elizondo.

El Dr. José María de la Fuente en su libro “Hidalgo Intimo”, afirma que Aranda fue aprehendido en la casa de la familia de don Ignacio Castro que... “es una casa baja que existe aun, aunque ya está en ruinas, situada en el extremo sureste de la ciudad, en la calle que antes se llamaba del Molino del Coate, hoy calle de Juárez, entre Pedro Aranda y el callejón del Mesón
(conocido también como el Callejón de la Soledad), por la acera oriental”...

Pero volvamos a Saltillo donde habíamos dejado al ejército insurgente preparándose para salir hacia el norte.

A mediados de marzo habían arribado a Saltillo procedentes de Monclova, dos personajes que los insurgentes conocían: me refiero al Barón de Bastrop y a Sebastián Rodríguez.

Estas personas habían sido enviadas a Saltillo en calidad de espías por los contra revolucionarios y llevaban la encomienda de infundir confianza a los insurgentes y proponerles que su camino hacia el norte fuera siguiendo la ruta que pasaba por Monclova, donde los estarían esperando el Gobernador Aranda, con sus soldados insurgentes.

Jiménez y Allende consideraron segura la ruta propuesta por los espías y el 16 de marzo de 1811 partió el grueso del maltrecho y cansado ejército insurgente, hacia el norte.

En Saltillo había quedado don Ignacio López Rayón al mando de un destacamento con objeto de cuidar la retaguardia. La jornada a Monclova que suponían en poder insurgente, sería de unas 40 leguas que cubrirían en unos seis días.







jueves, 13 de marzo de 2014

A MÁS DE DOS SIGLOS DEL INICIO DEL MOVIMIENTO DE INDEPENDENCIA

A MÁS DE DOS SIGLOS DEL INICIO DEL MOVIMIENTO DE INDEPENDENCIA

La Primera Etapa de la Guerra Insurgente.
(Primera Parte)

José M. Luna Lastra
Soc. Monclovense de Historia

Existe un tema que me resulta sumamente interesante y del cual mucho se ha escrito. Me refiero a los acontecimientos relacionados con la debacle sufrida por el ejército insurgente, en Acatita de Baján, a unos 60 kilómetros al sur de Monclova, en el mes de marzo de 1811, cuando un poco más de 200 hombres fueron capaces de capturar a un ejército de más de 900 hombres, conservadoramente hablando.

En esta ocasión voy a tratar de analizar particularmente los acontecimientos que se dieron en las amplias regiones del norte de la Nueva España y más específicamente en Coahuila, durante esa época de transición hacia el nacimiento de un país libre de toda dependencia de España.

Creo conveniente hacer un breve análisis de la situación que imperaba en el virreinato para poder comprender el porqué del surgimiento de los primeros brotes separatistas en esta gran colonia que España poseía al otro lado del Atlántico.

Hacia fines del siglo XVIII el gobierno virreinal central, así como los altos cargos de la Iglesia y el comercio exterior de la Nueva España, estaban en manos de los llamados españoles peninsulares, los nacidos en Europa. Los españoles nacidos en México (o lo que posteriormente se llamó México), llamados criollos (muchos de los cuales tenían sangre india en sus venas, pero estaban registrados como españoles), eran mineros, comerciantes o hacendados.

Los mestizos eran, en su mayoría, trabajadores asalariados y artesanos. Existía una cantidad relativamente pequeña de esclavos negros y mulatos. Los indios que estaban exentos  de los impuestos normales, así como de los diezmos a la Iglesia, pagaban a cambio un impuesto anual por cabeza llamado tributo. Vivían en sus pueblos bajo la protección y supervisión de autoridades especiales o bien como peones y jornaleros en haciendas y poblados.

Tanto los españoles peninsulares como los nacidos en México, eran considerados como caballeros. Muchos de ellos eran ricos y unos cuantos de los más ricos adquirieron títulos de nobleza de la Corona Española. Algunos criollos habían asistido a escuelas de enseñanza superior, pero tenían que conformarse con pequeños puestos gubernamentales, aunque frecuentemente solían ser más cultos que sus parientes nacidos en España, que eran los que gobernaban el país.

La casta de los criollos se sentía agraviada por esta discriminación y naturalmente comenzaron a exaltar la resistencia indígena y a aborrecer la conquista. Sus sentimientos solo esperaban la oportunidad para ser expresados.

Algo que acrecentó la animadversión de los criollos contra la dependencia de España, fue un decreto que promulgó la Corona a fines de 1804, mediante el cual todos los fondos eclesiásticos deberían ser entregados al Tesorero Real y este pagaría a partir de entonces, el 5% del capital requisado.

En virtud de que la mayoría de los fondos amortizados por la Corona a la Iglesia, estaban constituidos por hipotecas o préstamos garantizados con propiedades rurales, y a España lo que le interesaba era el dinero contante y sonante, obligó a todos aquellos que tenían adeudos con la Iglesia a que los cubrieran en un plazo no mayor de diez años.

La mayoría de los deudores (casi todos criollos), no pudieron cumplir con esta obligación por lo que sus bienes fueron siendo sacados a subasta para transformarlos en efectivo.

Mucha gente perdió para siempre su patrimonio y desarrolló una rabia impotente hacia la Corona que lo había despojado.

En 1808 llegaron a México noticias muy importantes que provenían de España. Manuel Godoy, el favorito real y Carlos IV,  habían caído y Fernando VII había asumido la Corona de España. En Madrid hubo un levantamiento popular contra el ejército francés que invadía la península. Este movimiento fue reprimido y finalmente Fernando VII fue apresado por Napoleón, quien lo obligó a abdicar.

La autoridad virreinal en México descansaba en la Corona de España; sin embargo el Rey estaba cautivo y nadie en la colonia consideró reconocer al usurpador francés.

El Virrey José de Iturrigaray se apartó de la causa española en la colonia que él gobernaba, debido a que España era incapaz de prestarle ayuda militar.

Una de sus primeras decisiones consistió en suspender la amortización de los bienes y los pagos forzados que habían sido impuestos por la Corona, pensando que con esta medida podría ganarse la voluntad de los criollos que constituían el sector de la población que representaba al grupo más descontento de los habitantes  de la colonia.

Los criollos, ya lo dijimos, eran los grandes hacendados y mineros. Solían ser también, los más fuertes consumidores de los artículos traídos de España que eran vendidos por los comerciantes peninsulares, siempre a precios muy altos. Si los criollos pudiesen adquirir de Inglaterra directamente los productos que necesitaban, estos les resultarían mucho más baratos, pero para ello requerían de un México libre, independiente de España.

Esta independencia habría dado al traste con los negocios de los grandes comerciantes peninsulares que acaparaban las importaciones de España, así que se vieron obligados a guardar lealtad a la madre patria, permaneciendo fieles a ella a pesar de que muchos estaban casados con hijos de criollos.

Cuando los españoles peninsulares advirtieron la posición del Virrey Iturrigaray respecto de la madre patria, decidieron deponerlo y para tal efecto un grupo de tropas de asalto formado por comerciantes españoles, al mando de uno de ellos de nombre Gabriel Joaquín de Yermo, asaltaron el palacio del Virrey el 15 de septiembre de 1808. Para el día 16 ya había sido instalado un nuevo Virrey de nombre Pedro de Garibay, quien gobernó en nombre del Rey Fernando VII, pero siempre dirigido por la Audiencia compuesta de españoles peninsulares.

Esta especie de golpe de estado empujó a la Nueva España hacia una revolución violenta.

El descontento de los criollos principió a manifestarse cada vez con mayor intensidad, sobre todo en la región del Bajío donde vivían pocos españoles peninsulares ya que la mayoría de estos radicaban en las ciudades de México, Querétaro, Puebla, Orizaba y Veracruz. La zona del Bajío era tierra de criollos y lógicamente las conspiraciones principiaron a surgir en estas regiones.

Por ejemplo, en septiembre de 1809 fue descubierta una conjura independentista en Valladolid (hoy Morelia), en la Intendencia de Michoacán, que fue encabezada por el teniente José Mariano Michelena. Todos los involucrados fueron detenidos y enviados a la ciudad de México donde el Virrey no encontró delito que perseguir y los puso en libertad, lo que le costó su destitución promovida por el partido de los españoles.

Sin embargo la conspiración que marcó el rumbo definitivo hacia la independencia, nació en Querétaro con la participación del mismo gobernador local, Miguel Domínguez, nativo de Guanajuato. Y especialmente de su esposa, doña María Josefa Ortiz.

El grupo de los conjurados estaba compuesto por criollos ricos, oficiales de la milicia y clérigos del bajo clero y entre estos últimos se encontraba   Miguel Hidalgo y Costilla, cura del pueblo de Dolores, perteneciente a la provincia de Guanajuato. También formaban parte del grupo los capitanes de la milicia Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Abasolo. Estas personas eran del pueblo de San Miguel el Grande, todos hijos de comerciantes vascos, con buena posición económica, siendo Abasolo el más rico de ellos.

La meta de este grupo era la independencia de México, disfrazada como una lucha para salvar a la Nueva España de las manos de Napoleón, para Fernando VII, el Rey legítimo. Este disfraz era necesario para que el movimiento independentista tuviera la colaboración de los indios ya que este importante grupo era indiferente al concepto de libertad, pero en cambio si lucharía para defender al Rey, su señor.

De repente, la conjura que estaba dispuesta para detonar a principios de octubre de 1810, fue descubierta.  El 13 de septiembre el gobierno puso bajo arresto o bajo vigilancia a los conjurados de Querétaro, incluyendo a doña Josefa Ortiz, quien fue encerrada bajo llave por su esposo, el Corregidor Domínguez.

Afortunadamente para el movimiento la valiente doña Josefa se las arregló para enviar un mensaje a los conspiradores de San Miguel. Avisados a tiempo, estos se apresuraron para dirigirse al pueblo de Dolores para consultar con Hidalgo y como no deseaban pasar el resto de sus días en un calabozo, aceptaron la decisión del cura en el sentido de sublevarse, con la firme creencia de que la justicia estaba de su parte.

Todos sabemos más o menos lo que pasó después. En las primeras horas del 16 de septiembre, Hidalgo reunió a sus feligreses y proclamó la revolución, convirtiéndose así en el caudillo de los insurgentes.

Las rejas de la prisión fueron abiertas; se arrestaron a los españoles locales y sus tiendas y sus casas fueron saqueadas. A estas alturas todavía no había muertos.

Hidalgo reunió a una multitud que ascendía a varios cientos y con ellos y sus compañeros, inició la Revolución Insurgente. Su primer movimiento fue hacia San Miguel el Grande. En el camino el cura tomó de la iglesia de Atotonilco un estandarte con la imagen de la Virgen de Guadalupe para utilizarlo como emblema revolucionario.

A partir de entonces el movimiento se caracterizó por el pillaje y el saqueo. La rebelión atraía a la chusma principalmente porque les daba la oportunidad de saquear; sin embargo se intentó organizar el ejército. En Celaya Hidalgo se convirtió en Capitán General de América; Allende, en lugarteniente de Hidalgo y el hermano de Hidalgo, don Mariano, fue nombrado Tesorero. A pesar de los intentos, no se pudo introducir mucho orden.